miércoles, 20 de julio de 2016

Una Tarde Hecha de Miedo


Un abuelo y su nieto caminaban por una calle de una gran ciudad. El viejo era un hombre de más de setenta años, había nacido en un pequeño pueblo cercano a la frontera y desde hacía muchos años vivía en la gran ciudad, no era rico, pero vivía bien gracias a que siempre fue trabajador y ordenado.

El nieto era aún un niño, ya casi jovencito, la edad de él es lo de menos, lo importante es que era muy listo y observador. Él se daba cuenta que se abuelo no era feliz, pero qué podía hacer él para cambiar las cosas y ayudar a que su abuelo no estuviera triste.

Mientras caminaban, el niño lo pensó bien, le preguntaría a su abuelo qué le pasaba, podría estar enfermo, cansado o en problemas; pero… por dónde empezar, cómo le pregunta un nieto a su abuelo por qué no es feliz.

Al fin llegaron a un parque, había árboles enormes y bajo ellos había algunas bancas, volaban pájaros y palomas, no había mucha gente, el abuelo se detuvo, miró la banca y le dijo a su nieto.

Siéntate, descansemos un rato. 

El niño obedeció y al estar sentado supo que ese era el momento de hablar con su abuelo y averiguar qué le pasaba.

Abuelo, te veo raro, estás enfermo.    

No.

Qué te pasa, te veo triste, creo que no eres feliz.

¿Triste?

El viejo se quedó callado, esperaba todo menos esa pregunta de su nieto. Permaneció en silencio pensando qué habría hecho él para que su nieto advirtiera que algo le ocurría.

El chico no necesito más tiempo para saber que efectivamente algo le pasaba a su abuelo; pero cómo seguir adelante, cómo interrogarlo, cómo saber qué le ocurría.

Verás, yo estoy… bueno, no sé cómo explicártelo. No estoy enfermo, pero tampoco me siento bien.  No estoy triste, pero tampoco alegre… es que ahora las cosas son tan diferentes y hay cosas del pasado que no puedo explicarme ni a mi mismo.

El niño no entendió y el viejo se dio cuenta que debía ser más claro en su explicación, y supo también que debía contarle a su nieto la historia completa.

No estoy bien 

Dijo el viejo secamente.

¿Por qué?

Preguntó el nieto con firmeza—.

Es difícil de explicar, tengo una casa y tengo dinero. Bueno, no tengo mucho, pero puedo decir que no me hace falta nada. Estoy sano y creo que para la edad que tengo no estoy tan enfermo como otros viejos que conozco.

Dijo sonriendo el abuelo. El nieto sonrió también, pues sabía que su abuelo se refería a algunos vecinos que no le agradaban mucho.

Abuelo, sí algo te pasa, cuéntamelo y tal vez yo pueda ayudarte.

Tú ayudarme, es que eres tan…  tan pequeño, pero eres también muy listo y valiente. ¿Será posible que de verdad puedas ayudarme a aclarar un misterio que he llevado conmigo por más de cincuenta años?

Las palabras del anciano sonaron diferentes, en su voz se advertía una esperanza, una posibilidad de poder aclarar un misterio que le había obsesionado durante muchos años.

El niño percibió el tono de voz distinto y supo que su abuelo necesitaba de su ayuda. Entonces, los ojos del niño brillaron con una intensidad que jamás imaginó pudiera existir.  Su mirada iluminó el solitario parque, las hojas de los árboles se sacudieron con una fuerte brisa que invadió el ambiente, el calor de la tarde dio paso a un suave viento que selló el pacto entre los dos.

Dime qué hay que hacer abuelo, dime, cuéntame y yo te ayudaré para que no estés triste, quiero verte feliz.

El abuelo advirtió el intenso brillo en los ojos de su nieto, podría ser que después de cincuenta años de espera al fin pudiera él descubrir qué había pasado. Quizá sería posible aclarar aquel misterio.

Está bien, te contaré, pero esto será un secreto entre los dos y jamás deberás contar a nadie lo que te diré hoy, ya que esto que me pasó hace cincuenta años, es un misterio que no he podido resolver en todos éstos años y ahora que siento que el fin de mis días está cada vez más cerca, no quisiera morir sin saber la verdad, eso es lo que me inquieta y me tiene preocupado.  Morir sin conocer la verdad, no poder resolver ese misterio.

El niño supo que lo que le ocurría a su abuelo era algo más serio de lo que él suponía. De nuevo su mirada brilló con gran intensidad y sus ojos buscaron los de su abuelo para darle la seguridad de que el secreto que le confiaría estaría bien cuidado.

Cuéntamelo abuelo, será un secreto entre nosotros dos.

El viejo se acomodó en la banca, y aunque estaban rodeados de toda la algarabía y bullicio que existe en una gran ciudad, aquel parque de pronto se convirtió en un silencioso escenario en el cual sólo había un actor y un espectador, el ruido de los autos, el rumor y el trajinar de la gente fue disminuyendo, se fue apagando lentamente, sólo quedó el leve ulular del viento y la voz del abuelo, una voz que conforme avanzó el relato se fue haciendo cada vez más grave, más sonora, más evocadora del pasado.

Hace ya muchos años cuando yo era un hombre joven y fuerte, vivía en una ciudad muy pequeña que está cerca de la frontera, a todos los hombres de esos rumbos nos gustaba ir al monte en busca de los ciervos, yo fui uno de los mejores cazadores de venados, recuerdo cómo me internaba en los campos, cómo buscaba los rastros de los animales y cuando al fin encontraba al ciervo jamás dudé en cazarlo, era muy certero con el rifle, el monte y la cacería eran mi pasión y fue así como una tarde de un mes de diciembre de hace cincuenta años, salí de mi casa y me fui a los montes en busca de ciervos,  el viento del invierno calaba muy hondo, esa tarde hacía un frío intenso casi insoportable, recuerdo que hasta llovía ligeramente y había también niebla, no era muy densa, pero ahí estaba para convertir esa tarde en una tarde triste, gris y opaca, yo estaba en el monte buscando venados y nada ni nadie, ni ese mal tiempo podía detenerme, seguí caminando entre la espesura y miraba las huellas, sabía que un gran venado rondaba delante de mi, sabía que debía de alcanzarlo, yo era valiente y jamás en los montes había sentido miedo, pero esa tarde tan rara, tan gris, tan opaca, tan poco alumbrada, parecía UNA TARDE HECHA DE MIEDO, cuando pensé eso, me dio mucha rabia, ya que yo jamás había sentido miedo al andar solo en el monte, por qué ahora decía que la tarde parecía estar hecha de miedo, primero me dio coraje y luego risa y seguí caminando en busca de mi ciervo, estaba seguro que no estaba lejos y efectivamente al voltear la cara lo vi parado en un claro del monte, pero en el sitio en donde yo estaba había unas ramas que me impedían levantar mi rifle para disparar, como yo era un experto sabía que debería de cambiar de posición y ponerme en un lugar sin ramas para no fallar el disparo, por lo que me agaché y pasé por debajo de las ramas, pero al hacerlo sentí por unos segundos una sensación muy extraña, fue como si de pronto cayera por un agujero a gran velocidad con rumbo a otros universos. Me incorporé y busqué de nuevo al ciervo, el animal seguía parado en donde lo había visto, pero noté algo raro, algo en el paisaje había cambiado, la tarde que un segundo atrás se miraba gris y envuelta en el vapor de la niebla, ahora la veía de color sepia con algunos tonos dorados y todo el monte había aumentado de tamaño, los árboles eran ahora mucho más altos y aunque no la veía, se escuchaba correr agua, como si un río o una cascada estuvieran cercanos, yo me quedé paralizado, pues sabía que en esa zona no había ningún río y menos una cascada que hiciera ese sonido, además sabía que en esa zona los árboles más altos tendrían unos tres metros de altura, estaba plenamente seguro que ahí no había árboles tan altos como los que estaba viendo frente a mi, que eran mayores a los diez metros de alto. Simplemente no podía creer lo que estaba viendo, era un paisaje totalmente diferente al que había visto segundos antes y hubo algo más: ya no sentía frío, la tarde era tibia casi cálida, pero de todas maneras no me asusté, levanté mi rifle para dispararle al ciervo que ahí seguía parado frente a mi, le apunté mientras el venado me miraba sin miedo, casi creí advertir un reto en sus ojos, era una mirada dura, tal vez amenazante, pero no me impresionó y jalé del gatillo y de pronto todo se obscureció mis ojos ya no vieron nada más y caí al suelo, no se cuanto tiempo estuve ahí tirado en el monte, pudieron ser  minutos, horas… tal vez años, no se, me levanté y fui a buscar al ciervo al que le había disparado, pero no lo encontré, no había nada, y me dije: “Yo uno de los mejores cazadores de la región no puede fallar su disparo”. Eso era imposible, y luego me pregunté por qué caí al suelo, tampoco pude explicármelo. Ya casi era de noche y una vez mas volví a sentir frío y ahora era  intolerable, por lo que empecé a caminar de regreso a mi casa, esa noche y muchas otras noches más no pude dormir, me miraba de nuevo cruzando por debajo de las ramas, sentí cuando caía por el agujero a gran velocidad, y luego el cambio de los colores de la tarde, todas las imágenes en gris pasaban a color sepia con tonos dorados, recuerdo cómo de pronto dejó de hacer frío y por unos segundos todo fue tibio y cálido, aunque de inmediato volvió el frío. Fue como si por unos segundos hubiera ido a otra dimensión. Fueron muchas noches las que pasé despierto recordando ese suceso y siempre terminaba preguntándome por qué había fallado el disparo y porqué me había desmayado. Al paso del tiempo acabé yo sólo convenciéndome que accidentalmente mi propio rifle, al momento de dispararlo, debido al retroceso me golpeó en la cabeza y eso me hizo desmayarme. Al principio ni yo mismo aceptaba esa historia, pero al paso de los años me fui convenciendo que así había sido, y así estuve engañándome a mi mismo con una explicación falsa, aceptando una mentira, pues yo sabía que las cosas no habían pasado así, el rifle nunca me pegó en la cabeza. Y fue así como transcurrió toda mi vida, ahora cincuenta años después, yo me exijo a mi mismo conocer la verdad, quiero saber qué pasó esa tarde, la tarde que estuvo hecha de miedo, la tarde gris y opaca que cambió de color, una tarde que jamás he podido olvidar.

El niño miraba a su abuelo y en sus oídos escuchaba las palabras “UNA TARDE HECHA DE MIEDO, una tarde gris y opaca que de pronto cambió de color y de ser gris se volvió sepia”. El niño tembló ligeramente y la piel de sus brazos se puso “chinita”, pero no sintió miedo ni tuvo ninguna duda cuando dijo las siguientes palabras:

—¿Abuelo, aún recuerdas el sitio en donde viste aquel venado?

El viejo no contestó de inmediato, se quedó pensando como si en su mente volviera a recorrer aquellos caminos que anduvo durante tantos años, una ligera sonrisa se empezó a dibujar en sus labios, su nieto se dio cuenta de ello y de inmediato supo que el viejo recordaba el sitio preciso en donde había ocurrido aquella historia.

Iremos a buscar ese lugar abuelo, y yo te ayudaré a saber qué fue lo que pasó esa tarde.

Los dos se levantaron de la banca, algunas hojas de los árboles caían como parte de un otoño prematuro que asemejaba el telón de un teatro que caía una vez concluida la función, caminaron sin hablar durante un rato, pero cada uno de ellos en su mente dibujaba un plan, a los pocos días abuelo y nieto salieron rumbo a la frontera. Para el abuelo fue muy fácil convencer a los papás del niño que él haría un corto viaje al pequeño pueblo en donde nació, y para no ir sólo y aprovechando que no había clases, había invitado a su nieto. Nadie sospechó cual era la verdadera finalidad de aquel viaje.

Llegaron a media mañana, el autobús se detuvo en una pequeña terminal, cada uno bajó con su maleta en la mano y se miraron sin hablar, empezaron a caminar rumbo a la salida, habían viajado toda la noche y deberían estar cansados, pero una extraña fuerza pareció darles vigor y energía.

El anciano se sintió mucho más joven, vaya, ni sus rodillas ni su espalda le molestaban como ocurría todos los días, sus pasos eran firmes y sus movimientos más rápidos, lo atribuyó a estar de nuevo en el lugar en donde había nacido, pero su nieto también sentía algo diferente, ya no era un niño, ahora definitivamente era un jovencito, su voz era más firme, sentía que un nuevo vigor corría por su sangre, se sabía más fuerte y su valor había aumentado; y lo más importante, su poder de observación y su inteligencia también habían aumentado, él no supo a qué atribuir el cambio, pero lo aceptó gustoso. Salieron a la calle y tomaron rápido un taxi.

Llévenos rumbo a la garita.

Ordenó con mucha seguridad el abuelo al taxista, quien sin hacer más preguntas, se puso en marcha y se dirigió al lugar indicado. En silencio, el viejo iba advirtiendo los cambios que los pasados cincuenta años habían dejado en su pueblo natal.

Mira, aquí cazábamos los venados.

El niño se quedó sorprendido, pues lo que su abuelo le mostraba era el estacionamiento de un centro comercial repleto de automóviles. El taxista escuchó el comentario y dijo:

—¿Aquí cazaba usted venados?

---Claro hombre, yo nací aquí y en mi juventud fui cazador y hace cincuenta años esto era un monte; pero ahora son locales comerciales y estacionamientos.

Es cierto lo que usted cuenta, mi padre, quien ya murió, me platicaba que por estos rumbos venían de cacería hace muchos años. Él también cazó venados por aquí.

El niño entendió las explicaciones que se daban los dos hombres, y con su inteligencia asombrosa se quedó pensando un momento antes de hacer una pregunta que era clave.

—¿Abuelo, y sí en el lugar que buscamos ya no hay monte? ¿Qué haremos?

El abuelo se inquietó también cuando imaginó que quizá por el rumbo de la garita, todo estaría también modernizado y de inmediato le preguntó al taxista.

—¿Oiga y en la garita, ya está también urbanizado como aquí o sigue siendo monte como era antes?

Allá en la garita todo está igual, sigue siendo puro monte.

El abuelo y el nieto se miraron en silencio y aunque no dijeron nada, los dos sabían que el misterio seguía vigente, sabían que el reto de saber qué había ocurrido hacía cincuenta años estaba latente y que los dos tenían que descifrarlo.

Llegamos, ésta es la garita.

Dijo el taxista, deteniendo suavemente el auto.

Está igual que hace cincuenta años.

Dijo el abuelo. Bajaron del automóvil y le pagaron al taxista, el viejo conocía bien el lugar, y con paso seguro se dirigió a unas casas que estaban en la orilla de la carretera.

Buenos días.

Y aunque el abuelo habló en voz bastante alta, nadie contestó el saludo del anciano. Ambos caminaron por entre las casas y poco a poco se dieron cuenta que no había nadie en ellas, y que el lugar no estaba abandonado ya que no estaba sucio o en ruinas.

Tal vez salieron y regresaran a comer, vamos a esperarlos, ven siéntate aquí.

Dijo el viejo, quien caminó hasta llegar a un gran mesquite, ahí se sentó a la sombra del árbol con su nieto a un lado y así permanecieron varias horas.

Abuelo, no vino nadie a comer. ¿Qué haremos?

Ya no esperemos más, vámonos al monte, yo quería saludar a los dueños, pues en aquellos años que yo venía mucho por estos montes ellos eran mis amigos, pensé que tal vez me recordarían, pero por lo visto hoy no están. Vamos, entremos.

Niño y anciano abrieron el portón del rancho y sin esperar más empezaron la caminata, las brechas del rancho eran como el viejo las recordaba, así que con facilidad empezó a predecir lo que verían adelante y su nieto sorprendido, tuvo que reconocer y admitir que el viejo conocía muy bien aquellos lugares.

Llegaron a otro cruce de caminos y el viejo, sin dudarlo, caminó de inmediato a la derecha hasta topar con un cerco y ahí volteó a la izquierda y caminó más de un kilómetro, el niño estaba sorprendido de ver cómo su abuelo caminaba con asombrosa facilidad y rapidez por aquellos caminos llenos de arroyos y desniveles.

El viejo disminuyó la velocidad de su caminata y empezó a ver a los lados con insistencia. El niño miró el rostro de su abuelo, había algo diferente en sus facciones, su mirada era muy penetrante, aguda, inquisitiva. Sus movimientos eran más rápidos y mecánicos

—¿Qué buscas abuelo?

El sendero de los venados.

De pronto, el viejo se detuvo en un punto que sólo él conocía, miró de nuevo el suelo y volteó a la izquierda y se internó en el monte. Igual que lo había hecho una tarde hacía cincuenta años, caminaba rápido, podría decirse que frenético, pero a la vez seguro, sabía donde estaba y miraba bien dónde pisaba, con habilidad eludía las espinas de los tasajillos y nopales y evitaba también la espina de la uña de gato, a su nieto le costaba más trabajo caminar al paso de su abuelo y al descuidarse una que otra vez chocaba con los matorrales espinosos.

Mira de qué alto son los árboles, cuando mucho tendrán tres metros de altura.

El niño observaba los árboles y confirmó lo que decía su abuelo, fíjate bien cómo por aquí tampoco hay ríos, y menos una cascada.

Es cierto abuelo, entonces estás en el lugar equivocado.

No, éste es el sitio preciso en donde una tarde hace cincuenta años yo seguía el rastro de un venado. Aquí es precisamente el sitio en donde la tarde gris se convirtió en sepia. Y en donde el monte cambió de altura. Este es el lugar, solamente me falta dar con el claro del monte en donde estaba parado el ciervo, y encontrar las ramas que pasé por debajo.

El pequeño advirtió entonces que el clima estaba cambiando ya que sí bien no hacía calor minutos antes, estaban sudando y ahora él se sentía correr por su rostro un viento fresco que le secaba el sudor. Una vez más la piel de sus brazos se puso “chinita“, pero él sabía que su deber era seguir al abuelo.

Sigamos adelante, caminemos un poco más, ahora estoy buscando el claro en donde vi parado al venado. 

Y como si su evocación se hubiese cumplido, ambos vieron alzarse ante ellos la blanca cola de un venado, que precisamente se llama venado cola blanca y el cual al correr ondea su cola blanca como una bandera, lo cual permite que se le ubique fácilmente por entre el monte.

—¿Lo viste abuelo?

Sí, pero ésta era una hembra, una venada de cola blanca, lo que yo vi aquella tarde era un gran ciervo, aquel era un macho enorme.

El niño aprendió entonces que la mejor manera de detectar alguna presencia entre el monte era por el movimiento, por lo que aumentó su poder de observación y análisis al máximo y a la vez su andar se hizo más lento y reflexivo.

Su esfuerzo rindió frutos ya que al poco rato vio una piara de jabalíes y atrás de ellos vio otras venadas, también tuvo la desagradable visión de una serpiente de cascabel enrollada en una nopalera.

—¿Ves cómo es fácil encontrar a los animales?

Comentó el abuelo.

Sí. Los ves porque se mueven entre las ramas.

Ambos se detuvieron para tomar un respiro, y en ese momento, con el rabillo del ojo, el niño percibió un movimiento muy rápido, por lo que volteó y se quedó mirando hacia una nopalera. Iba a decir algo, pero prefirió callarse, pues aunque estaba seguro de lo que vio, no supo qué era. Él creyó que era un niño pequeño y desnudo que corría por entre los nopales, pero eso era imposible. Qué andaba haciendo un niño pequeño y desnudo entre los nopales espinosos.

Sigamos adelante.

Dijo el abuelo y ambos reanudaron la marcha, ahora los dos caminaban lentamente y sus ojos miraban a los lados, buscando, buscando.

Por más que caminaron no encontraron el claro en donde el viejo vio el venado cincuenta años atrás. Y tampoco encontraron los árboles altos, ni el río con agua corriendo y menos aún la cascada. La tarde estaba a punto de dar paso a la noche.

Vámonos, debemos regresar a la carretera.

Ordenó el anciano.

—¿Abuelo, porque mejor no nos quedamos a dormir aquí en el monte? Recuerda que no tenemos a dónde ir y tampoco nadie nos espera, y pues si ya estamos aquí, quedémonos en el monte y así podremos seguir buscando temprano en la mañana.

Pero no venimos preparados, además tú no estás acostumbrado a dormir en el monte.

Nada me pasará abuelo, quedémonos aquí.

Insistió el niño y el abuelo entusiasmado por la idea de seguir buscando por la mañana, aceptó que se quedaran a dormir entre el monte. Pronto obscureció y una noche de luna nueva ennegreció totalmente el panorama, el abuelo, hábil en el monte, juntó leña rápidamente y pronto encendió una fogata cuya luz formó un reducido paréntesis de seguridad.

Con la escasa iluminación que proporcionaba la hoguera comieron algunos bocadillos que llevaban con ellos, la noche a campo abierto era agradable y con ella llegó un efecto de relax adormilante que los llenó de sopor invitándolos a dormir.

El anciano se tendió en la tierra suave y al poco rato ya dormía, su nieto en cambio se mantenía despierto, aunque ciertamente el sueño empezaba a vencerle, estaba a punto de cerrar los ojos cuando las últimas brasas de la fogata le permitieron verlo. Era un hombrecillo del tamaño de un niño pequeño, lo primero que le vio fueron sus ojos que brillaron con intensidad, cualquier otro niño hubiera gritado, llorado o corrido, pero él no, él siguió sentado recargado en el tronco de un mesquite, pensó en despertar a su abuelo, pero eso sin duda espantaría al hombrecillo por lo que prefirió quedarse quieto mirando con atención lo que pasaba.

El hombrecillo estaba también quieto, intentando averiguar quiénes eran esos que entraban a su reino, a su mundo, a su hábitat.

Vio los ojos del niño y más que eso, pudo ver dentro de ellos y no encontró miedo, y al darse cuenta de ello; de que no le temía, se fue acercando hasta quedar a menos de un metro de distancia del niño, en ese momento el abuelo empezó a roncar, el niño supo entonces que a partir de ahí todo lo que ocurriera iba a ser decisión suya, el hombrecillo también supo que el anciano dormía y que el niño estaba solo.

Soy Monomalo.

Dijo a manera de saludo.

Bueno, yo soy un niño que vive en una gran ciudad muy lejos de aquí, y solamente he venido con mi abuelo a buscar los árboles altos y la cascada, pero no hemos encontrado nada, mañana mismo nos iremos.

—¿Buscas los árboles altos?

Preguntó el hombrecillo que se hacía llamar Monomalo.

Sí, es lo que mi abuelo vino a buscar, los árboles altos, él los vio aquí hace cincuenta años.

Los árboles altos son mi hogar, yo sé en dónde están, pero desde hace mucho tiempo que no puedo regresar.

El niño escuchó al hombrecillo y se dio cuenta que decía una contradicción, ya que el aseguraba que conocía los árboles altos, que sabía en donde estaban y que eran su hogar, pero también decía que no podía regresar desde hacía mucho tiempo, tal vez quiso decir que desde hace cincuenta años no podía regresar a su hogar.

---Porqué no puedes ir a los árboles altos que son tu hogar.

Le preguntó el niño a Monomalo.

Puedo verlos, pero no puedo entrar.

Monomalo se dio cuenta de que el niño no entendía su explicación, supo entonces que debería ser más explicito, supo también que debería contarle toda su historia.

Mira yo soy un duende del monte, en todas partes hay duendes, unos viven en los bosques, otros en la selva, yo vivo en este monte. Hace muchos años, andaba yo una tarde tibia en busca de un ciervo, pues aunque los humanos no lo saben, los duendes tenemos también que comer igual que ustedes, pero como nosotros no tenemos armas como ustedes, la manera que usamos para cazar a los venados es hechizándolos, estaba yo esa tarde tibia, en un claro del monte precisamente debajo de unas ramas viendo un gran ciervo, entonces empecé a pronunciar los conjuros que me permitirían hechizar al ciervo para que este durmiera y así poder yo cazarlo, cuando un humano se paró a un lado mío, estoy seguro que no me había visto, yo creo que ese humano quería también cazar al gran ciervo que yo estaba hechizando. Durante muchos años me he preguntado qué pasó esa tarde tibia, recuerdo muy bien que era una tarde color sepia con tonos dorados, era una tarde cálida más que tibia, yo estaba entre los árboles altos y muy cerca del río y la cascada y fue en ese momento, como te decía, que se detuvo junto a mi un humano. Entonces él se agachó y cruzó por debajo de las ramas, fue en ese momento en donde yo me di cuenta que algo extraño había ocurrido, pues la tarde que unos segundos atrás era sepia con tonos dorados y mantenía una calida tibieza, de pronto se convirtió en una tarde gris, oscura, opaca y un frío intenso me caló hasta los huesos, el cambio fue tan brusco y repentino, que sentí un escalofrío muy fuerte y pensé que esa tarde estaba hecha de miedo, caí al suelo y ahí estuve no se cuánto tiempo, minutos, horas… tal vez años, de pronto desperté y quise regresar a mi aldea, pero aunque no me lo creas, no pude encontrar de nuevo el camino de regreso, y aquí me quedé vagando entre los montes y aunque ya han pasado muchos años, quisiera regresar a mi aldea con mi gente.

El niño escuchó atento la historia que Monomalo le contó y recordó también la historia que su abuelo le había narrado unos días atrás, se quedó pensando unos momentos y en su mente comparaba las dos historias y veía sus extrañas coincidencias. De pronto su rostro brilló como sí la luna lo hubiera iluminado, pero esa era una noche obscura de luna nueva, entonces no había luna llena que pudiera iluminar el rostro del niño, el cual de todos modos brillaba intensamente, tanto que permanecía encendido con una luz interior que se hacía más fuerte, casi deslumbrante, en sus ojos.

Ya sé lo que pasó esa tarde.

Monomalo, miró al niño y pudo ver también dentro de él y lo que vio fue paz, sabiduría y nobleza, por eso el hombrecillo sabía que podía confiar en lo que el niño le contara.

Dime, Niño Sabio, cuéntame qué pasó esa tarde, la tarde hecha de miedo. Explícame qué pasó pues todos estos años he querido saber qué ocurrió.

Mi abuelo me contó que esa tarde él cazaba venados entre el monte, y que iba siguiendo el rastro de un gran ciervo, también me dijo que esa tarde, digámosle “la tarde de mi abuelo”, era gris, opaca, muy fría, con viento, lluvia y niebla. Era una tarde tan extraña que parecía una tarde hecha de miedo. En ese mismo momento tú también cazabas un venado, tu tarde, llamémosle “la tarde de Monomalo”, era sepia, era tibia, era cálida, muy diferente a la tarde de mi abuelo. En tu mundo los árboles medían diez metros y en el mundo de mi abuelo los árboles medían tres metros, en tu mundo hacía calor y en el mundo de mi abuelo hacía frío, vaya, estaban en mundos diferentes, tú me cuentas que estabas debajo de unas ramas intentando hechizar al ciervo, mi abuelo me cuenta que unas ramas le impedían dispararle al ciervo y que tuvo que agacharse y pasar por debajo de ellas. Y que al pasar debajo de las ramas, él sintió que caía por un profundo agujero a una gran velocidad, y que sintió que lo transportaba a otros mundos, eso ocurrió en una fracción de segundos, cuando mi abuelo cruzó por debajo de las ramas sin saberlo y sin desearlo él se metió en tu mundo, ya que él vio por unos segundos los árboles altos, sintió el agua correr y escuchó también el ruido de la cascada, además se dio cuenta que tu mundo era color sepia y que era tibio casi cálido, igual que tú, él se desmayó y no supo qué le ocurrió, afortunadamente él pudo regresar a su mundo, a su universo, a su tiempo y a su espacio; tal vez le fue posible porque su cuerpo es más grande que el tuyo, tú en cambio, por ser muy pequeño, no pudiste regresar a tu mundo, a tu tiempo y a tu espacio, tú te quedaste en el mundo de mi abuelo, tu tarde sepia se convirtió en gris, tu tibieza en frío y ya no pudiste regresar a tu aldea.

Monomalo se quedó sorprendido con la gran inteligencia del niño, que en unos cuántos minutos pudo descifrar todo lo que había pasado hacía cincuenta años atrás.

Niño Sabio, debes de ayudarme a regresar a mi mundo, tú eres el único que puede ayudar a Monomalo a regresar a su tiempo y a su espacio.

El niño no contestó, se quedó pensando, pero seguía callado, su mente trabajaba febrilmente; pero no encontraba la respuesta, no encontraba la manera de ayudar a Monomalo, la noche seguía avanzando, el abuelo seguía dormido, las criaturas de la noche se acercaban y miraban al hombrecillo y al niño que en silencio seguían sentados entre el monte. De pronto el niño se puso de pie, una vez más su rostro brilló tan intensamente aún en la noche obscura y sin luna.  En ese momento, Monomalo supo que el niño había encontrado la respuesta. Ya sabía cómo hacerlo regresar a su mundo.

Vamos, camina, llévame hasta el sitio en donde estaba el ciervo y muéstrame las ramas en donde tú estabas agachado hechizando al ciervo.

Es muy cerca de aquí, sígueme.

El hombrecito que apenas llegaba a la altura de las rodillas del niño, caminó adelante, iba siguiendo el sendero de los venados, el mismo sendero que el abuelo recorrió cincuenta años atrás. De pronto, el hombrecillo se detuvo y giró su cabeza a los lados, levantó su corto brazo y le dijo al niño:

Mira en ese sitio, ahí estuvo parado el gran ciervo.

—¿Y las ramas en donde lo acechabas, cuáles eran?

Éstas, aquí estaba yo escondido y fue cuando llegó tu abuelo y se paró a mi lado.

El pequeño sintió una descarga de energía en todo su interior y fue tan fuerte que se estremeció, se arrodilló y vio las ramas de cerca, su gran inteligencia le hizo saber que esas ramas eran la ventana que comunicaba los dos mundos, eran un pasadizo que posibilitaba la comunicación entre dos dimensiones diferentes.

Sin embargo, para poder regresar a Monomalo a su mundo, sería necesario que todas las cosas se volvieran a juntar con cronométrica exactitud, para ello sería necesario que todos los actores de aquella extraña situación volvieran a estar presentes y recrear de nuevo las condiciones de la llamada tarde hecha de miedo. 

Si el niño tenía la sabiduría y valentía necesarios lograría cambiar la vida de su abuelo, inyectándole de nuevo el entusiasmo y la alegría que el paso de los años se había llevado, devolviéndole la fuerza y el vigor que tanta falta le hacían para darle sentido a los últimos años de su vida, sabiendo que trascendería más allá de la muerte a través de las enseñanzas que pudiera dejar en ese pequeño que tanto lo quería y lo admiraba. 

Entonces, Niño Sabio y Monomalo entendieron el reto al que se enfrentaban. Ya habían logrado encontrar la ventana que comunicaba los dos mundos y sabían que el hecho de haber asechado simultáneamente al venado, a aquel fantasma gris de los montes, fue el punto en común que había provocado aquella inesperada y extraña coincidencia que había marcado la vida de su abuelo y que había dejado a Monomalo atrapado en un mundo diferente al suyo.

Pero cómo devolver a Monomalo a su dimensión y cómo explicarle a su abuelo lo ocurrido aquella tarde, la tarde hecha de miedo.

Por ahora el reto era poder abrir de nuevo esa ventana, ese túnel de comunicación entre dos mundos diferentes. Niño Sabio, se quedó callado, pensando en la forma de entrar al mundo de Monomalo y de pronto se dio cuenta de que tenía a dos actores, pero le faltaba uno más, le faltaba el venado, el animal era el tercer elemento que faltaba y era, por cierto, la pieza clave de la historia.

Pero cómo podría un niño encontrar uno de estos hermosos animales. El niño pensó que siendo él tan pequeño, tan ignorante de las cosas del monte, pues era un niño citadino, cómo podría encontrar un venado.

Fue entonces cuando comprendió que el único camino para salvarlos a todos sería pedirle a su abuelo que realizara de nuevo aquella gran cacería que permitiría enderezar el cauce de las cosas, y encontrar un final feliz para todos. Fue así como, junto a Monomalo, se dirigió a despertar a su abuelo, para pedirle que les ayudara a encontrar aquel majestuoso ejemplar de venado cola blanca para completar los elementos necesarios y poder así regresar a Monomalo a su aldea y dar al abuelo la explicación que había buscado durante los últimos cincuenta años.

Despertaron al abuelo, quien se sorprendió al ver al pequeño hombrecillo, el duende de los montes, pero con tranquilidad e inteligencia, su nieto comenzó a explicarle lo ocurrido.

Avivaron la fogata y el crepitar de las llamas fue testigo de la historia que a ratos contaba Niño Sabio y a ratos Monomalo. El abuelo escuchó atento la narración de ambos y finalmente quedó convencido de que aquella tarde hecha de miedo tuvo su clímax en el momento justo en que los dos cazadores vieron al enorme ciervo, y que fue el anhelo de ambos de adueñarse de él lo que los fundió. Él también coincidió en que fue su tamaño corporal lo que le permitió regresar a su mundo, pero el pequeño hombrecillo ya no pudo volver a su dimensión.

Vamos a intentarlo, ayudemos a Monomalo a regresar a su aldea.

Dijo el abuelo, su voz era eufórica y su entusiasmo enorme.

Abuelo, hay un problema, debemos tener un venado cerca. Para poder regresar a Monomalo a su mundo, se necesitan una vez más los tres elementos, nos falta un venado. Sin él, la ventana no se abrirá una vez más y los dos mundos no se comunicarán.

Niño Sabio dijo esas palabras con tristeza, pues pensaba que sería muy difícil acercar a un venado a ese lugar, pero su abuelo pensaba diferente.

Acercar a un venado no será ningún problema, yo sé cómo hacerlo, muchas veces en mi juventud yo acerqué a los venados, yo sé cómo llamarlos para que salgan del monte y se acerquen hasta donde uno está esperándolos.

Sin esperar más, aquel extraño grupo formado por un anciano, un niño y un hombrecillo enano, caminaron en la noche oscura hasta llegar de nuevo al claro entre el monte, el abuelo ocupó su lugar a un lado de las ramas y Monomalo se colocó en el suelo. Niño Sabio quedó atrás sin tener riesgo de caer a la otra dimensión. Todos sabían que lo que iban a intentar era muy peligroso y arriesgado, pero confiaban en la habilidad del abuelo para llamar al venado. Además, la noche estaba a punto de terminar, faltaba ya poco tiempo para que amaneciera.

El anciano buscó en su mochila y a tientas, su mano encontró en el fondo de la bolsa un viejo par de astas de venado, los sacó de la mochila y los frotó con sus manos verificando que los cuernos estuvieran en buen estado. Luego, con las astas de venado en sus manos, el hombre las golpeó en repetidas ocasiones una contra otra y en algunas ocasiones golpeaba una gruesa rama y tallaba también el piso con mucha fuerza, produciendo extraños sonidos que de vez en cuando acompañaba con un eructo. Niño Sabio y Monomalo miraban en silencio aquel ritual, convencidos de que el viejo sabía lo que hacía.

Fíjense bien, no tardará en aparecer un gran venado.

Dijo el viejo en un susurro que apenas escucharon. Monomalo volteó a la derecha y vio que se acercaba un venado macho, que fue el que respondió al reclamo de celo que el anciano había simulado al chocar los cuernos y sacudir la rama. Niño Sabio también vio al gran macho que se acercaba cauteloso, sus pasos eran lentos y precavidos, levantando sus manos, girando sus ojos y manteniendo sus orejas rígidas y atentas a cualquier sonido. Pero el atrayente sonido que el cuerno producía al chocar contra el otro y con las ramas, asemejaba la presencia de otro macho que invadía su territorio en busca de pelea, y eso incitaba al venado a acercarse paso a paso hasta quedar precisamente en el centro del claro: el sitio preciso que conectaba la ventana entre los dos mundos.

—¡Monomalo, hechízalo con tu conjuro, domínalo como yo lo he dominado!

El hombrecillo se arrodilló y empezó a pronunciar el conjuro, eran palabras sin sentido quizá, pero el poder que tenían al ser pronunciadas en la forma correcta dominaría al gran venado y lo vencerían, era la lucha de la naturaleza contra el poder heredado en las tradiciones que Monomalo había aprendido de sus mayores, y que ahora ponía en práctica. El anciano se hizo a un lado permitiendo que el hombrecillo pasara las ramas mágicas que lo llevarían de nuevo a su mundo. Al estar presentes los tres elementos, que eran el anciano, el hombrecillo y el venado, la ventana de comunicación entre las dos dimensiones se abrió por segunda vez en cincuenta años. Monomalo cruzó la rama y de inmediato supo que estaba de nuevo en casa. Con las primeras luces del alba, el duende del monte vio que ahí estaban los árboles altos y alcanzó a escuchar el ruido del agua. Pero en ese momento, Niño Sabio también cruzó las ramas. ¿Qué sucedería si el niño se quedaba atrapado en el mundo de Monomalo y ya no regresaba a su casa? El Abuelo trató de detenerlo; pero no pudo evitar que el niño pasara por debajo de las ramas.

No temas abuelo, estaré solo un momento, voy a despedirme de Monomalo.

La voz del niño era tranquila y sonaba diáfana y segura.

En ese momento los primeros rayos del sol acabaron con la noche oscura y lo primero que vio Niño Sabio con toda claridad, fueron los árboles altos, y alcanzó a escuchar el sonido del agua que hacía la cascada.

Adiós Monomalo, adiós, espero volver a verte algún día.

Dijo el niño con voz quebrada.

Regresa con tu abuelo, vete con él. Ya conoces en dónde están las ramas mágicas, ya sabes cómo poder entrar en mí mundo, vuelve cuando quieras.

Alcanzó a decir Monomalo, mientras se internaba en el monte. Niño Sabio quiso seguirlo, pero sabía que debía volver con su abuelo, por lo que se acercó lentamente a las ramas. El anciano, arrodillado en el suelo, pudo ver de nuevo los árboles altos y una vez más escuchó el sonido del agua, el sol alumbró plenamente y permitió que el viejo disfrutara de las imágenes en color sepia, las mismas imágenes que había visto cincuenta años atrás en aquella tarde hecha de miedo. Niño Sabio cruzó las ramas de regreso y al estar al lado de su abuelo, la visión del mundo de Monomalo terminó súbitamente, pues era el niño quien permitía la comunicación entre los dos mundos, entre las dos dimensiones.

—¡Abuelo fue extraordinario, es la aventura más fabulosa que alguien puede vivir!

Sí hijo mío, haber logrado descifrar el misterio de una tarde hecha de miedo, de conocer el secreto de los árboles altos y volver a escuchar el agua de la cascada; y saber que existen mundos paralelos, dos dimensiones tan coincidentes, ha sido una gran aventura, pero salgamos de éste monte, volvamos a casa que tus papás te esperan.



NOTA DEL AUTOR: Parte de ésta historia está basada en hechos reales.