viernes, 4 de octubre de 2013

Caí De Cabeza Arriba De Una Cascabel

Por Jesús Moreno Niño.

Estábamos precisamente en el puente vacacional del 21 de marzo del año 2001, como ustedes saben, yo me dedico profesionalmente a la renta de ranchos para cacería.

Por esa razón muchos cazadores me buscan con la finalidad de enseñarles ranchos con la intención de rentarlos y utilizarlos para su cacería durante la temporada.

Fue así como esa tarde salimos rumbo a Nuevo Laredo Charly González Vela, Jorge Cañada Florencio y yo.
Jorge Cañada Florencio,
con un extraordinario venado
que logró cazar en  uno
de los ranchos que le rentó
al autor.


Llegamos al rancho Santa Martha, ubicado precisamente en el Km. 190 de la Carretera Rivereña, justamente a orilla de carretera en el municipio de Guerrero. Como aún era temprano le dimos una vuelta al rancho para que ellos lo conocieran y durante ese recorrido nos tocó ver algunas venadas y pecaríes de collar.

Tanto Charly como Jorge, son cazadores muy exigentes y buscan muy buenos ranchos para su cacería. Conscientes de ello sabíamos que debíamos revisar muy bien el rancho, por lo que acordamos que por la noche revisaríamos de nuevo el monte utilizando un fanal y haríamos un censo nocturno de venados en diversos transectos para intentar determinar la densidad poblacional de venados en el rancho.

Prendimos lumbre y asamos carne, cenamos en compañía de Alonso Salinas Martínez, el dueño del rancho.

Antes de medianoche subimos a la camioneta y nos fuimos rumbo al fondo del rancho realizando un monitoreo nocturno con auxilio de luz artificial.

El censo nocturno resultó muy favorable ya que vimos un buen número de venadas, así como algunos machos que aún no tiraban sus astas, terminamos el censo y nos dirigimos a la casa del rancho.

A pesar de que era Marzo, ya se sentía calor y no venteaba nada de aire, por lo que Charly y Jorge optaron por irse a dormir a un hotel en Nuevo Laredo, aprovechando la cercanía del rancho con esa ciudad. Yo por mi parte me quedé a dormir en el rancho y también se quedó Alonso.

Antes de irse me dejaron su cámara de video y me pidieron que despertara temprano y les filmara los animales que me salieran, ya que ellos pasarían a recogerme al rancho a la mañana siguiente.

Para las seis de la mañana ya iba yo caminando por una de las brechas que salen de la casa rumbo al fondo del rancho, Alonso me ofreció que me llevara su camioneta, lo cual no hice pues la idea era filmar venados.

Muy cerca de la casa hay una presa grande, me di cuenta que había venadas y marranos, los filmé durante un rato y luego seguí caminando, llegue a un crucero en donde había torre, me subí y de inmediato salieron mas venadas.

La brecha por donde estaban saliendo era larga y salían muy al fondo, por lo que aún con el zoom de la cámara no los estaba filmando bien, decidí bajarme de la torre y caminé unos 300 o 400 metros, acercándome al pasadero, ahí estuve por más de una hora; ya pasaba de las 8 de la mañana.

Conforme avanzaba la mañana el día se hacía más caliente. 

Como yo conozco muy bien ese rancho pensé en regresarme a la casa utilizando un atajo, de esa forma evitaría caminar casi un kilómetro.

Así que caminé por un lado del arroyo La Mula, por momentos el monte era muy andable pero en algunos tramos el monte se cerraba y me hacía difícil avanzar. Me di cuenta que la otra margen del arroyo estaba más limpia que por el lado que yo iba caminando por lo que empecé a buscar una forma de cruzarme al otro lado.

El arroyo estaba seco, pero aún así no era sencillo pasarse de un lado a otro debido a los matorrales y a la profundidad del lecho.

Caminé unos metros más por la margen derecha y de pronto vi que había una bajada natural, una veredita de animales que bajaba y cruzaba el arroyo.

Cuando me acerqué, vi que estaba enrollada una cascabel lomo de diamante, crotalus atrox. La víbora estaba dormida o aletargada, corté una vara de un mezquite y con mi navaja le hice punta en un extremo.

Mi idea era hacer una especie de lanza y con ella atravesar la cabeza o al menos el cuerpo de la víbora de cascabel. Me acerqué con cautela y cuidadosamente apunté a la cabeza con la punta de la vara, sin embargo, lo largo de la vara y un ligero temblorcillo producto de la adrenalina no me permitían tener la vara quieta.

Entonces opté por cambiar de técnica y empuñé la vara por el lado más grueso y sólido, sujetándola con las dos manos la levanté para azotar a la víbora de cascabel. Cuando levanté la vara, amacicé con firmeza mis dos pies en el piso, pero en ese momento ocurrió lo impensado...

La fuerza que hice al pisar quebró los terrones en donde yo estaba parado.

El sitio en el que estaba se desmoronó en pedazos, al romperse, yo caí en cuatro patas hasta el fondo del arroyo.

Lo que había pasado es que las corrientes de agua al paso de los años habían ido rebajando y desgastando las paredes del arroyo. En la superficie a nivel del piso aparentaba ser un piso sólido, pero no eran más que unos cuantos terrones, que se quebraron con mi peso.

Por la sorpresa y por la rapidez con que se quebró el suelo bajo mis pies no pude evitar la caída y contra mi voluntad fui a caer de cabeza precisamente arriba de la víbora de cascabel. Quedando en cuatro patas frente a ella.

A la serpiente enrollada le cayeron encima parte de los terrones y sorprendida empezó a moverse.  Yo caí encima de la víbora de cascabel.

Caí en cuatro patas y mi cabeza, mi axila y mi brazo izquierdo quedaron a unos 20 centímetros de la víbora que reptaba saliendo de entre los terrones. Aún aturdido como estaba me di cuenta de lo grave de mi situación, pues quedé a merced de la víbora y muy cerca de ella.

Mi cara estaba a unos 20 centímetros de la víbora de cascabel y mi cabeza me daba unas latidas fuertes ya que me di un fuerte cabezazo contra el piso.

Yo quería sobarme la frente para aminorar el dolor, pero no lo hacía pues sabía que si me movía la cascabel me atacaría, la mordida sería en la cara, en la axila o en el brazo.

De donde saqué en ese momento el valor para permanecer inmóvil, no lo se. Solamente me repetía a mí mismo: No te muevas, no te muevas, no te muevas.

Pasaban los segundos y en la posición en la que estaba seguramente no aguantaría mucho tiempo sin moverme, desafortunadamente para mí, la víbora de cascabel empezó a moverse, pero reptaba directamente hacia mí, por lo que sentí que se me estaba acercando la muerte.

Permanecí inmóvil, rígido, prácticamente no quería ni respirar.

Mis manos estaban soportando la mayor parte de mi peso debido a la posición en que había quedado y en las palmas de las manos me calaban las piedritas y pequeñas ramitas o espinas que estaban en el piso.

Yo no le quitaba la vista a la víbora de cascabel la cual se me acercó a tal grado que pasó rozándome la manga de la camisa.

Como me di cuenta que la víbora se estaba alejando, me sentí más tranquilo y eso me dio la fuerza para esperar que se alejara un poco más. Finalmente la víbora quedó a poco más de un metro de distancia de mi cuerpo. En ese momento busqué la vara, la tomé y con ella le propiné varios golpes a la serpiente hasta matarla.

Terminé de incorporarme y me sacudí la ropa, saqué mi navaja y le corté la cabeza a la cascabel. La llevé en una mano y en el hombro colgando llevaba la cámara de video.

Salí de aquel mogote y tomé la brecha que me llevaba a la casa de Alonso Salinas Martínez, el dueño del rancho Santa Martha.

Los perros del rancho empezaron a ladrar cuando vieron que me acercaba a la casa. Alonso, temeroso de que me desconocieran, ya que eran bravos, salió de la casa a calmarlos para que yo me pudiera acercar sin peligro.

Al verme se llevó tremendo susto cuando me miró la frente y vio el tallón rojizo y la hinchazón.

--¿Qué te pasó en la cabeza?-- me preguntó gritando y tomándome de los hombros.
--¿Te picó en la cara?-- volvió a preguntarme a gritos y muy alarmado.

Dejé la víbora en el piso y me acerqué al espejo de su camioneta y para mi sorpresa traía un buen chichón o chipote en la frente, mi piel estaba roja y brillosa, además unos puntos de tierra negra asemejaban los puntos de los colmillos de la cascabel.

Rápidamente le conté a Alonso toda la historia, mientras él le quitaba la piel al cuerpo de la víbora.

Parece increíble mi cara y mi cuello estuvieron por momentos a unos 20 centímetros de una víbora de cascabel y ahí estaba yo esa mañana, sano e ileso y contando la historia.

Y claro, contando también los anillos del cascabel que tenía en la mano y que guardo como un preciado recuerdo de ésta aventura que casi me cuesta la vida.