lunes, 30 de septiembre de 2013

Un Oso Entre Los Encinos

Por Jesús Moreno Niño.

Sin duda, quienes tenemos más de 50 años de edad, recordamos aquel "error de Diciembre de 1994" de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. El desmedido aumento en la deuda externa mexicana la convirtió en algo impagable. Y así, con esa enorme carga económica a cuestas, iniciamos 1995 millones de mexicanos a quienes nos cambió la vida de la noche a la mañana.

Yo había estado muy bien económicamente hasta el año 1994. De hecho en 1993, inicié lo que hoy es Banco de Datos del Venado Cola Blanca. En aquellos años tenía mucho trabajo, había muchos clientes que querían contratar cacerías de venados. Incluso conseguimos un contacto en África para llevar cazadores a aquel continente, el panorama se veía agradable; pero aquel pinche error de diciembre nos puso a todos los mexicanos de cabeza, a todos nos afectó en mayor o menor grado.

A mí me cancelaron todas las cacerías que ya estaban reservadas para México y para África; por lo que hace a la venta de venadas y otros animales exóticos, todos los pedidos también se cancelaron. Mi negocio Banco de Datos del Venado Cola Blanca estaba punto de cerrar sus puertas por falta de clientes.

Afortunadamente para nosotros, el arquitecto Abel Guerra Garza amablemente me ofreció trabajo en su rancho llamado Los Terreros, ubicado en el municipio de Zaragoza, Coahuila. Aquella oferta de trabajo, muy bien pagado por cierto, se convirtió en un auténtico salvavidas con tanque de oxígeno incluido.

El arquitecto Abel, nos invitó a ir al rancho en su avioneta y acordamos que haríamos un estudio sobre las condiciones del rancho y la fauna presente. Revisaríamos la capacidad de carga, veríamos la posibilidad de dar tratamientos mecánicos a los matorrales, haríamos sugerencias para mejorar la hidrología y analizaríamos la adaptabilidad de las diversas especies exóticas en el rancho.

El arquitecto Abel Guerra Garza, en todo momento fue muy amable conmigo y mi familia y aprovecho estas líneas para demostrarle mi gratitud. Su oferta de trabajo llegó en el momento justo y gracias a él no cerré Banco de Datos del Venado Cola Blanca, ahora 20 años después sigo valorando y agradeciendo esa invaluable ayuda que nos brindó

Pero el resto de los empleados del rancho no compartían esa amabilidad, ni el aprecio que el arquitecto me manifestó desde un principio. Había un empleado del rancho, vamos a llamarlo "Mauricio", quien era una especie de encargado o administrador del rancho Los Terreros.

Desde que nos conocimos, "Mauricio" y yo chocamos. Siempre me he preguntado qué chingados le hice yo a "Mauricio" para que me tratara con tanta mala leche; pienso que tal vez fue el clásico síndrome de "miedo al desconocido" y quizá pensó que yo podría intentar quitarle su puesto, algo que nunca pasó por mi mente.

Pero ni hablar, las cosas fueron como fueron y yo tuve que aguantarme cuanta fregadera me hizo el tal "Mauricio", pues yo necesitaba el trabajo y lo que menos iba a hacer era pelearme con él para que me despidieran.

Cuando viajábamos de Monterrey al rancho en la avioneta no había mucho problema, pues solamente convivíamos una hora y media de vuelo, así que "Mauricio" y yo nos tolerábamos. Pero cuando nos íbamos al rancho por carretera eran seis horas juntos, no nos matamos en esos viajes nomás porque Dios es muy grande.

La verdad aguanté a "Mauricio" porque tenía necesidad del trabajo, pero siempre se portó muy mal conmigo. Cuando salíamos a caballo a recorrer la sierra "de pura casualidad" a mí me tocaba siempre el caballo más méndigo de todos.

Lo que "Mauricio" no sabía es que yo toda mi vida había montado a caballo y que orgullosamente había sido charro de La Monterrey, y algunas veces hasta me monté en un toro para jinetearlo y también llegué a hacer el paso de la muerte. Con esas habilidades ecuestres no me resultaba difícil controlar a un caballo violento y siempre salí airoso.

Pero realmente yo me sentía muy mal por la manera en que me trataba.

Me hice a la idea de no hacerle caso a sus provocaciones pues yo necesitaba el trabajo y además la idea de estar en medio de la sierra, rodeado de osos, pumas, venados y más de 300 animales exóticos, no me desagradaba; así que por más que el tal Mauricio me provocaba, no encontraba respuesta de mi parte.

Pasaron los meses y aunque no quieras te vas acostumbrando a la mala vida. Fue así como un buen día, estando en Monterrey, me llamó "Mauricio", avisándome que al día siguiente nos iríamos al rancho en la camioneta, pues llevaríamos una cuatrimoto.

Para que se den una idea de la distancia de Monterrey al rancho, salíamos por la carretera a Monclova, (200kms), luego llegábamos a Sabinas (110 Kms) luego enfilábamos a Zaragoza (65 kms) ahí se terminaba el pavimento y nos esperaban 121 kms de terracería de los cuales un 30 por ciento eran sierra con enlajados que se recorrían a vuelta de rueda, y muchas veces con la doble tracción puesta aún con el camino seco. Nada más de terracería hacíamos dos o dos horas y media, y por si fuera poco, había 16 puertas la mayoría de ellas con candado.

Llevábamos siempre un juego de llaves muy completo, pero ese día pasó lo que siempre temíamos, un candado era diferente y no teníamos la llave. Eso nos impidió el paso y detuvimos la camioneta junto al portón; aún nos faltaban unos 34 kilómetros para llegar al rancho del arquitecto Abel Guerra Garza, ya estaba oscureciendo.

Intentamos abrir aquel candado con diversas llaves pero no fue posible. Cayó la noche y ahí estábamos"Mauricio" y yo frente a aquel portón que nos impedía el paso. En aquellos años no había celulares, ni radios o nexteles, había que arreglar los problemas con habilidad e inteligencia.

--Pues a ver cómo le haces Jesús, pero hay que llegar al rancho y buscar a Hilario (el vaquero del rancho), para que se venga a ayudarnos. Me dijo "Mauricio" y yo de inmediato me di cuenta cuáles eran sus intenciones.

Claramente me estaba ordenando que me fuera yo solo hasta el rancho.

Su idea era que pasáramos la cuatrimoto por entre los alambres de púas y que ya estando del otro lado, me fuera yo solo hasta el rancho Los Terreros para traer ayuda y abrir el portón y pasar la camioneta. Pusimos manos a la obra y bajamos la cuatrimoto de la camioneta. Maniobramos con los alambres de púas y con habilidad y fuerza bajamos cuatro de las cinco hebras, dejando así el espacio suficiente para que pasara la cuatrimoto.

Unos minutos después, la moto había pasado la cerca. Arreglamos de nuevo los alambres y le dije a "Mauricio":

--Vámonos, súbete y yo manejo, le dije mostrándome amable; pero él me contestó indignado:
--Qué te pasa, tú te vas sólo, yo me quedo aquí a cuidar la camioneta.

Me sorprendieron sus palabras:
--Qué le cuidas a la camioneta, quítala de en medio del camino, ciérrala y vámonos, además regresaremos en unas dos horas por ella. Le repliqué.

Yo pensaba que llegaría al rancho Los Terreros en unos cuarenta minutos, le explicaría a Hilario el vaquero cuál era el problema y volveríamos de inmediato en otra camioneta con la llave nueva, o con la herramienta adecuada para bajar los alambres o romper la cadena y poder pasar la camioneta.

Pero "Mauricio" no escuchó mis palabras, se subió a la cabina, subió los vidrios, prendió uno de sus cigarrillos y encendió el radio.
--Váyase rápido Jesús, para que no se le haga más tarde.

Yo sabía que él era el jefe, así que no me quedó más que obedecer sus órdenes. La lógica más elemental recomendaba que nos fuéramos juntos en la cuatrimoto o que nos quedáramos juntos en la camioneta, pero al tal Mauricio, le pareció mejor idea mandarme a mí solo en la cuatrimoto y él quedarse seguro dentro de la cabina de la camioneta.

Él sabía como yo que estábamos en la Sierra de El Infante, y que el poblado más cercano, que era Zaragoza, Coahuila quedaba a 85 kilómetros de distancia. "Mauricio" también sabía igual que yo que el rancho más cercano era Cedro Viejo y quedaba a 24 kilómetros, luego 9 kilómetros más adelante estaba nuestro destino.

Yo pensé que él estaba bromeando cuando me ordenó que me fuera sólo y le insistí en que se subiera conmigo a la cuatrimoto y nos fuéramos juntos, su respuesta fue tajante:
--¡Qué espera para irse! lo contrataron por chingón. ¿Qué le pasa, le tiene miedo al monte, qué está esperando para irse?

Sus palabras me llenaron de coraje, encendí la moto, prendí las luces y arranque a toda velocidad sin despedirme de aquel cabrón. Realmente yo no veía un peligro importante, toda vez que el recorrido era por el camino real, el cual estaba en buenas condiciones, había subidas con enlajados que eran incómodos, pero más peligrosa e incómoda era la bajada, pues la cuatrimoto, patinaba y se deslizaba por la pendiente y no era sencillo detenerla.

Al poco rato me concentré en el camino y me olvidé de la fregadera que me hizo "Mauricio", preferí olvidarme del asunto y seguí avanzando solo por entre la sierra, ya eran casi las 9 de la noche; de vez en cuando cruzaba el camino alguna venada que corría asustada por el ruido del motor.

Tenía ya casi media hora de camino cuando a lo lejos empecé a escuchar el ladrido de unos perros, eso significaba que estaba por llegar al rancho Cedro Viejo. Lo que podría ser motivo de alegría, se convirtió de pronto en un motivo de inquietud y temor, recordé que cuando pasábamos en la camioneta por el rancho Cedro Viejo, el camino real llegaba casi hasta la casa de ese rancho, además había dos portones que le daban privacidad a la placeta del casco del rancho y había que bajarse, abrirlos y volverlos a cerrar.

Eso estaba muy bien de día y en camioneta; pero en el rancho Cedro Viejo, cuando entrabamos a la placeta del rancho, siempre salía una jauría de más de 20 perros de todos colores y tamaños ladrando y gruñendo a todo pulmón. Desde adentro de la cabina de la camioneta, a los perros ni cuidado les pones, pero en una cuatrimoto y de noche, la idea de cruzar la placeta de ese rancho no resultaba nada fácil y menos aún bajarse a abrir y cerrar los dos portones.

Ya no avancé por el camino real, los ladridos de los perros eran intensos y se percibía en ellos coraje y deseos de atacar. Me detuve totalmente a unos 500 metros de la casa, todas las luces estaban apagadas y no olía a humo que saliera de la chimenea. Era evidente que esa noche no había ninguna persona en el rancho.

Encendí la moto una vez más y muy despacio me fui acercando al primer portón; cuando ya estaba a unos cien metros, alcance a ver con la luz de la cuatrimoto a más de diez perros que venían corriendo, ladrando y gruñendo hacia mí. Atrás de ellos, en el portón, se quedaron otros ocho perros ladrando y esperando a ver qué hacían los más osados, que fueron los que corrieron a echárseme encima.

Detuve en seco la cuatrimoto, le di vuelta y arranqué en retirada a toda velocidad. Al ver que me ponía fuera de su alcance, la jauría se detuvo pero siguió ladrando con mucha energía. Me quedó muy claro que pasar por el casco del rancho Cedro Viejo, no iba a ser nada fácil. 

¿Qué podía hacer? ¿Regresarme hasta donde estaba "Mauricio" y decirle que unos pinches perros no me dejaron pasar? Eso ni de chiste, yo que le decía que no había podido llegar al rancho, y ya me imaginaba lo que me iba a decir, que era un bueno para nada, un pinche miedoso, un inútil que no había podido ir por la ayuda.

Me detuve de nuevo a unos seiscientos metros de la casa, me di cuenta de que los perros estaban regresándose al rancho y que ahí estaba seguro; miré el reloj y ya iba para la diez de la noche, sabía que tenía que pasar y que esos méndigos perros no me iban a detener.

La noche estaba obscura; pero aun así yo podía ver en dónde estaban las casas y los portones. La solución era muy simple: yo debía mantenerme alejado de la casa y así los perros no me atacarían.

Empecé a internarme en el bosque de pino-encino, sacándole la vuelta a la casa. Había tramos fáciles de andar, pero en otros el monte se cerraba tanto que no me permitía pasar la cuatrimoto y había que buscar otra vereda. Cuando menos esos montes no son espinosos, así que no había ni nopales ni tasajillos y ahí voy empujando en ratos y manejando en otros la cuatrimoto; y así poco a poco fui avanzando, manteniéndome siempre retirado de la casa, cuando menos a unos 500 metros.

Miré el reloj y ya eran las diez y media de la noche, además iba bañado en sudor por el esfuerzo. Me di cuenta que ya había pasado la casa, así que empecé a descender de la ladera tratando de regresar al camino real. 

Lo primero que percibí fue un olor a rancio, como a manteca o a sudor, pero muy intenso. Yo no quería encender la luz de la moto, pero aquel olor rancio aumentó de pronto.

Prendí la luz y a unos 15 o 20 metros estaba un enorme oso negro.

Como yo estaba en la ladera, al prender la luz de la cuatrimoto, el rayo de luz le dio al oso de lleno en plena cara, por lo que quedó inmovilizado y cegado por la luz.

Rápidamente analicé la situación… pero el oso también hizo lo mismo. Sin pensarlo mucho, el oso empezó a subir hacia mí. Jamás sabré si sus intenciones eran atacarme o estaba tan desconcertado por encontrarse una cuatrimoto a media ladera, que simplemente caminó hacia adelante.

Me armé de valor y le di un acelerón muy fuerte a la moto, yo pensé que con eso el oso se iba a asustar, pero fue todo lo contrario, el oso saltó hacia adelante enfurecido.

Juro que no lo pensé… pero así salió. Le puse cambio a la moto y la aceleré con violencia, me bajé y se la aventé al oso. Una por el acelerón y otra porque quedaba de bajada, la cuatrimoto se fue contra el oso, no supe si la cuatrimoto le pegó al oso, pues perdí de vista la acción, ya que yo corrí una vez más hacia arriba de la ladera.

Solamente escuchaba que la cuatrimoto bajaba por la ladera dando saltos y tumbos, hasta que fue a estrellarse contra un encino ya muy cerca del camino real. Una vez más los perros ladraban con fuerza y empezaron a acercarse a donde había caído la cuatrimoto, y quizá porque sintieron y olfatearon al oso.

Escuché unos resoplidos y el ruido de piedras que ruedan por la ladera, por lo que supuse que el oso se alejaba corriendo montaña arriba. Sin dudarlo, bajé corriendo por la ladera, subí a la cuatrimoto que aún seguía encendida; y en un par de segundos ya iba yo a toda velocidad por el camino real. Al fin había logrado pasar por el rancho Cedro Viejo. Dejando atrás a los perros enojados y a un enorme oso negro muy asustado.

Los ladridos de los perros se fueron haciendo cada vez más débiles, hasta que dejé de escucharlos. Detuve entonces la cuatrimoto para agarrar aire y aproveché para mentarle la madre al tal Mauricio.

Ya más tranquilo y sabiendo que no habría nada que me impidiera el paso, enfilé rumbo a Los Terreros, el rancho del Arquitecto Abel Guerra Garza. Eran pasadas las once de la noche cuando crucé el guardaganado, había llegado a mi destino. Me dirigí hacia las casas de los trabajadores y vi la luz de una linterna.

--¿Quién eres? se escuchó el grito de Hilario, el vaquero del rancho.
--Soy yo, Jesús Moreno, vengo en la cuatrimoto nueva.
--¿Qué les pasó, on'ta la troca y on'ta "Mauricio"? Me preguntó a gritos Hilario.

Le expliqué que nos habían cambiado un candado y que al no poder abrirlo, pasamos la cuatrimoto por la cerca de púas y yo me vine solo hasta el rancho.

--¿Y "Mauricio"? volvió a preguntarme Hilario el vaquero.
--Se quedó en la camioneta
--¿Y te mandó a ti sólo? 
Le dije que sí, pues así había sido.

--Que pinche pelado tan mugroso, eso no se hace, en ésta sierra no debes andar solo de noche. Vete a dormir y en la mañana vamos por él.

--No Hilario, hay que ir por él ahorita, le dije al vaquero con energía.
--Ya son más de las once de la noche, en la mañana vamos. 
Me dijo el vaquero. 

Le hice ver que él era el encargado del rancho y que debíamos ir por él esa misma noche. Camelia, la mujer de Hilario el vaquero, salió de su casa y le insistió en que fuéramos a recogerlo. A Hilario el vaquero no le quedó más que aceptar.

Solamente recogimos unas tenazas de corte para romper un eslabón de la cadena y abrir el portón. Subimos a la camioneta Chevy Blazer y allá vamos montaña abajo.

Llegué por segunda vez en la noche al rancho Cedro Viejo y una vez más nos recibió la jauría de perros. Qué diferencia, al llegar hasta el portón arriba de una camioneta, bastaron unos cuántos gritos y los perros se apaciguaron, ya que estaban acostumbrados a ver bajar a la gente de las camionetas.

En cuanto arrancó la Blazer, de nuevo los perros nos siguieron y yo conté más de 20 perros de distintas razas y tamaños. Llegamos al siguiente portón y pasó lo mismo: unos ladridos y poco a poco se retiraron y nos permitieron abrir el segundo portón.

Me subí a la camioneta y noté que Hilario el vaquero no arrancó de inmediato.
--Oye ¿y cómo le hiciste para pasar los portones con tanto pinche perro? me preguntó intrigado.
--Pos ya vez los pasé y llegué hasta el rancho.
--¿Pero cómo le hiciste con tanto perro? en la moto no te hubieran dejado acercarte, ¿Cómo le hiciste? 

No le contesté. Hilario arrancó lentamente la camioneta y se quedó mirando el camino.

--La moto no pasó por aquí, me dijo con la seguridad del vaquero que sabe leer las huellas en el piso.
--No hay huellas de la moto en el camino, ¿cómo le hiciste?
--Mira Hilario, había que llegar al rancho y yo llegué. Y llegué sin un rasguño.

Al poco andar, llegó hasta el sitio en donde subí la moto a la ladera y con admiración me dijo:
--A que cabrón eres, le sacaste la vuelta a la casa y a los perros. Saliste bueno pal monte. Te fuiste por la ladera. 
Yo me quedé callado y un tanto halagado por sus palabras.
--¿No batallaste pa'subir la moto a la ladera?
--No, le contesté. No batallé nada.

Jamás le conté ni a él ni nadie de mi encuentro con el oso. Pero estoy seguro que Hilario intuía que algo más había pasado en aquella travesía por la ladera de la sierra.

Reanudamos la marcha y al rato llegamos hasta el portón en donde estaba la camioneta. "Mauricio" estaba encerrado en la cabina.

--¡Se tardaron mucho! Fue lo primero que dijo y se me quedó viendo con expresión de enojo.
Ni Hilario ni yo le respondimos. Hilario cortó con las tenazas un eslabón de la cadena y abrió el portón y pasó la camioneta.

Yo me iba a subir a la Blazer con Hilario el vaquero, pero el tal "Mauricio" me gritó:
--Jesús, véngase acá conmigo, total andamos juntos en éste viaje. Véngase conmigo y sirve que usted me abre las puertas ahí en Cedro Viejo, ya ve que siempre hay muchos perros en ese rancho.
--Si "Mauricio", hay unos cuantos perros, pero no te preocupes, yo me bajo a abrir las puertas, le contesté.

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