miércoles, 20 de julio de 2016

Una Tarde Hecha de Miedo


Un abuelo y su nieto caminaban por una calle de una gran ciudad. El viejo era un hombre de más de setenta años, había nacido en un pequeño pueblo cercano a la frontera y desde hacía muchos años vivía en la gran ciudad, no era rico, pero vivía bien gracias a que siempre fue trabajador y ordenado.

El nieto era aún un niño, ya casi jovencito, la edad de él es lo de menos, lo importante es que era muy listo y observador. Él se daba cuenta que se abuelo no era feliz, pero qué podía hacer él para cambiar las cosas y ayudar a que su abuelo no estuviera triste.

Mientras caminaban, el niño lo pensó bien, le preguntaría a su abuelo qué le pasaba, podría estar enfermo, cansado o en problemas; pero… por dónde empezar, cómo le pregunta un nieto a su abuelo por qué no es feliz.

Al fin llegaron a un parque, había árboles enormes y bajo ellos había algunas bancas, volaban pájaros y palomas, no había mucha gente, el abuelo se detuvo, miró la banca y le dijo a su nieto.

Siéntate, descansemos un rato. 

El niño obedeció y al estar sentado supo que ese era el momento de hablar con su abuelo y averiguar qué le pasaba.

Abuelo, te veo raro, estás enfermo.    

No.

Qué te pasa, te veo triste, creo que no eres feliz.

¿Triste?

El viejo se quedó callado, esperaba todo menos esa pregunta de su nieto. Permaneció en silencio pensando qué habría hecho él para que su nieto advirtiera que algo le ocurría.

El chico no necesito más tiempo para saber que efectivamente algo le pasaba a su abuelo; pero cómo seguir adelante, cómo interrogarlo, cómo saber qué le ocurría.

Verás, yo estoy… bueno, no sé cómo explicártelo. No estoy enfermo, pero tampoco me siento bien.  No estoy triste, pero tampoco alegre… es que ahora las cosas son tan diferentes y hay cosas del pasado que no puedo explicarme ni a mi mismo.

El niño no entendió y el viejo se dio cuenta que debía ser más claro en su explicación, y supo también que debía contarle a su nieto la historia completa.

No estoy bien 

Dijo el viejo secamente.

¿Por qué?

Preguntó el nieto con firmeza—.

Es difícil de explicar, tengo una casa y tengo dinero. Bueno, no tengo mucho, pero puedo decir que no me hace falta nada. Estoy sano y creo que para la edad que tengo no estoy tan enfermo como otros viejos que conozco.

Dijo sonriendo el abuelo. El nieto sonrió también, pues sabía que su abuelo se refería a algunos vecinos que no le agradaban mucho.

Abuelo, sí algo te pasa, cuéntamelo y tal vez yo pueda ayudarte.

Tú ayudarme, es que eres tan…  tan pequeño, pero eres también muy listo y valiente. ¿Será posible que de verdad puedas ayudarme a aclarar un misterio que he llevado conmigo por más de cincuenta años?

Las palabras del anciano sonaron diferentes, en su voz se advertía una esperanza, una posibilidad de poder aclarar un misterio que le había obsesionado durante muchos años.

El niño percibió el tono de voz distinto y supo que su abuelo necesitaba de su ayuda. Entonces, los ojos del niño brillaron con una intensidad que jamás imaginó pudiera existir.  Su mirada iluminó el solitario parque, las hojas de los árboles se sacudieron con una fuerte brisa que invadió el ambiente, el calor de la tarde dio paso a un suave viento que selló el pacto entre los dos.

Dime qué hay que hacer abuelo, dime, cuéntame y yo te ayudaré para que no estés triste, quiero verte feliz.

El abuelo advirtió el intenso brillo en los ojos de su nieto, podría ser que después de cincuenta años de espera al fin pudiera él descubrir qué había pasado. Quizá sería posible aclarar aquel misterio.

Está bien, te contaré, pero esto será un secreto entre los dos y jamás deberás contar a nadie lo que te diré hoy, ya que esto que me pasó hace cincuenta años, es un misterio que no he podido resolver en todos éstos años y ahora que siento que el fin de mis días está cada vez más cerca, no quisiera morir sin saber la verdad, eso es lo que me inquieta y me tiene preocupado.  Morir sin conocer la verdad, no poder resolver ese misterio.

El niño supo que lo que le ocurría a su abuelo era algo más serio de lo que él suponía. De nuevo su mirada brilló con gran intensidad y sus ojos buscaron los de su abuelo para darle la seguridad de que el secreto que le confiaría estaría bien cuidado.

Cuéntamelo abuelo, será un secreto entre nosotros dos.

El viejo se acomodó en la banca, y aunque estaban rodeados de toda la algarabía y bullicio que existe en una gran ciudad, aquel parque de pronto se convirtió en un silencioso escenario en el cual sólo había un actor y un espectador, el ruido de los autos, el rumor y el trajinar de la gente fue disminuyendo, se fue apagando lentamente, sólo quedó el leve ulular del viento y la voz del abuelo, una voz que conforme avanzó el relato se fue haciendo cada vez más grave, más sonora, más evocadora del pasado.

Hace ya muchos años cuando yo era un hombre joven y fuerte, vivía en una ciudad muy pequeña que está cerca de la frontera, a todos los hombres de esos rumbos nos gustaba ir al monte en busca de los ciervos, yo fui uno de los mejores cazadores de venados, recuerdo cómo me internaba en los campos, cómo buscaba los rastros de los animales y cuando al fin encontraba al ciervo jamás dudé en cazarlo, era muy certero con el rifle, el monte y la cacería eran mi pasión y fue así como una tarde de un mes de diciembre de hace cincuenta años, salí de mi casa y me fui a los montes en busca de ciervos,  el viento del invierno calaba muy hondo, esa tarde hacía un frío intenso casi insoportable, recuerdo que hasta llovía ligeramente y había también niebla, no era muy densa, pero ahí estaba para convertir esa tarde en una tarde triste, gris y opaca, yo estaba en el monte buscando venados y nada ni nadie, ni ese mal tiempo podía detenerme, seguí caminando entre la espesura y miraba las huellas, sabía que un gran venado rondaba delante de mi, sabía que debía de alcanzarlo, yo era valiente y jamás en los montes había sentido miedo, pero esa tarde tan rara, tan gris, tan opaca, tan poco alumbrada, parecía UNA TARDE HECHA DE MIEDO, cuando pensé eso, me dio mucha rabia, ya que yo jamás había sentido miedo al andar solo en el monte, por qué ahora decía que la tarde parecía estar hecha de miedo, primero me dio coraje y luego risa y seguí caminando en busca de mi ciervo, estaba seguro que no estaba lejos y efectivamente al voltear la cara lo vi parado en un claro del monte, pero en el sitio en donde yo estaba había unas ramas que me impedían levantar mi rifle para disparar, como yo era un experto sabía que debería de cambiar de posición y ponerme en un lugar sin ramas para no fallar el disparo, por lo que me agaché y pasé por debajo de las ramas, pero al hacerlo sentí por unos segundos una sensación muy extraña, fue como si de pronto cayera por un agujero a gran velocidad con rumbo a otros universos. Me incorporé y busqué de nuevo al ciervo, el animal seguía parado en donde lo había visto, pero noté algo raro, algo en el paisaje había cambiado, la tarde que un segundo atrás se miraba gris y envuelta en el vapor de la niebla, ahora la veía de color sepia con algunos tonos dorados y todo el monte había aumentado de tamaño, los árboles eran ahora mucho más altos y aunque no la veía, se escuchaba correr agua, como si un río o una cascada estuvieran cercanos, yo me quedé paralizado, pues sabía que en esa zona no había ningún río y menos una cascada que hiciera ese sonido, además sabía que en esa zona los árboles más altos tendrían unos tres metros de altura, estaba plenamente seguro que ahí no había árboles tan altos como los que estaba viendo frente a mi, que eran mayores a los diez metros de alto. Simplemente no podía creer lo que estaba viendo, era un paisaje totalmente diferente al que había visto segundos antes y hubo algo más: ya no sentía frío, la tarde era tibia casi cálida, pero de todas maneras no me asusté, levanté mi rifle para dispararle al ciervo que ahí seguía parado frente a mi, le apunté mientras el venado me miraba sin miedo, casi creí advertir un reto en sus ojos, era una mirada dura, tal vez amenazante, pero no me impresionó y jalé del gatillo y de pronto todo se obscureció mis ojos ya no vieron nada más y caí al suelo, no se cuanto tiempo estuve ahí tirado en el monte, pudieron ser  minutos, horas… tal vez años, no se, me levanté y fui a buscar al ciervo al que le había disparado, pero no lo encontré, no había nada, y me dije: “Yo uno de los mejores cazadores de la región no puede fallar su disparo”. Eso era imposible, y luego me pregunté por qué caí al suelo, tampoco pude explicármelo. Ya casi era de noche y una vez mas volví a sentir frío y ahora era  intolerable, por lo que empecé a caminar de regreso a mi casa, esa noche y muchas otras noches más no pude dormir, me miraba de nuevo cruzando por debajo de las ramas, sentí cuando caía por el agujero a gran velocidad, y luego el cambio de los colores de la tarde, todas las imágenes en gris pasaban a color sepia con tonos dorados, recuerdo cómo de pronto dejó de hacer frío y por unos segundos todo fue tibio y cálido, aunque de inmediato volvió el frío. Fue como si por unos segundos hubiera ido a otra dimensión. Fueron muchas noches las que pasé despierto recordando ese suceso y siempre terminaba preguntándome por qué había fallado el disparo y porqué me había desmayado. Al paso del tiempo acabé yo sólo convenciéndome que accidentalmente mi propio rifle, al momento de dispararlo, debido al retroceso me golpeó en la cabeza y eso me hizo desmayarme. Al principio ni yo mismo aceptaba esa historia, pero al paso de los años me fui convenciendo que así había sido, y así estuve engañándome a mi mismo con una explicación falsa, aceptando una mentira, pues yo sabía que las cosas no habían pasado así, el rifle nunca me pegó en la cabeza. Y fue así como transcurrió toda mi vida, ahora cincuenta años después, yo me exijo a mi mismo conocer la verdad, quiero saber qué pasó esa tarde, la tarde que estuvo hecha de miedo, la tarde gris y opaca que cambió de color, una tarde que jamás he podido olvidar.

El niño miraba a su abuelo y en sus oídos escuchaba las palabras “UNA TARDE HECHA DE MIEDO, una tarde gris y opaca que de pronto cambió de color y de ser gris se volvió sepia”. El niño tembló ligeramente y la piel de sus brazos se puso “chinita”, pero no sintió miedo ni tuvo ninguna duda cuando dijo las siguientes palabras:

—¿Abuelo, aún recuerdas el sitio en donde viste aquel venado?

El viejo no contestó de inmediato, se quedó pensando como si en su mente volviera a recorrer aquellos caminos que anduvo durante tantos años, una ligera sonrisa se empezó a dibujar en sus labios, su nieto se dio cuenta de ello y de inmediato supo que el viejo recordaba el sitio preciso en donde había ocurrido aquella historia.

Iremos a buscar ese lugar abuelo, y yo te ayudaré a saber qué fue lo que pasó esa tarde.

Los dos se levantaron de la banca, algunas hojas de los árboles caían como parte de un otoño prematuro que asemejaba el telón de un teatro que caía una vez concluida la función, caminaron sin hablar durante un rato, pero cada uno de ellos en su mente dibujaba un plan, a los pocos días abuelo y nieto salieron rumbo a la frontera. Para el abuelo fue muy fácil convencer a los papás del niño que él haría un corto viaje al pequeño pueblo en donde nació, y para no ir sólo y aprovechando que no había clases, había invitado a su nieto. Nadie sospechó cual era la verdadera finalidad de aquel viaje.

Llegaron a media mañana, el autobús se detuvo en una pequeña terminal, cada uno bajó con su maleta en la mano y se miraron sin hablar, empezaron a caminar rumbo a la salida, habían viajado toda la noche y deberían estar cansados, pero una extraña fuerza pareció darles vigor y energía.

El anciano se sintió mucho más joven, vaya, ni sus rodillas ni su espalda le molestaban como ocurría todos los días, sus pasos eran firmes y sus movimientos más rápidos, lo atribuyó a estar de nuevo en el lugar en donde había nacido, pero su nieto también sentía algo diferente, ya no era un niño, ahora definitivamente era un jovencito, su voz era más firme, sentía que un nuevo vigor corría por su sangre, se sabía más fuerte y su valor había aumentado; y lo más importante, su poder de observación y su inteligencia también habían aumentado, él no supo a qué atribuir el cambio, pero lo aceptó gustoso. Salieron a la calle y tomaron rápido un taxi.

Llévenos rumbo a la garita.

Ordenó con mucha seguridad el abuelo al taxista, quien sin hacer más preguntas, se puso en marcha y se dirigió al lugar indicado. En silencio, el viejo iba advirtiendo los cambios que los pasados cincuenta años habían dejado en su pueblo natal.

Mira, aquí cazábamos los venados.

El niño se quedó sorprendido, pues lo que su abuelo le mostraba era el estacionamiento de un centro comercial repleto de automóviles. El taxista escuchó el comentario y dijo:

—¿Aquí cazaba usted venados?

---Claro hombre, yo nací aquí y en mi juventud fui cazador y hace cincuenta años esto era un monte; pero ahora son locales comerciales y estacionamientos.

Es cierto lo que usted cuenta, mi padre, quien ya murió, me platicaba que por estos rumbos venían de cacería hace muchos años. Él también cazó venados por aquí.

El niño entendió las explicaciones que se daban los dos hombres, y con su inteligencia asombrosa se quedó pensando un momento antes de hacer una pregunta que era clave.

—¿Abuelo, y sí en el lugar que buscamos ya no hay monte? ¿Qué haremos?

El abuelo se inquietó también cuando imaginó que quizá por el rumbo de la garita, todo estaría también modernizado y de inmediato le preguntó al taxista.

—¿Oiga y en la garita, ya está también urbanizado como aquí o sigue siendo monte como era antes?

Allá en la garita todo está igual, sigue siendo puro monte.

El abuelo y el nieto se miraron en silencio y aunque no dijeron nada, los dos sabían que el misterio seguía vigente, sabían que el reto de saber qué había ocurrido hacía cincuenta años estaba latente y que los dos tenían que descifrarlo.

Llegamos, ésta es la garita.

Dijo el taxista, deteniendo suavemente el auto.

Está igual que hace cincuenta años.

Dijo el abuelo. Bajaron del automóvil y le pagaron al taxista, el viejo conocía bien el lugar, y con paso seguro se dirigió a unas casas que estaban en la orilla de la carretera.

Buenos días.

Y aunque el abuelo habló en voz bastante alta, nadie contestó el saludo del anciano. Ambos caminaron por entre las casas y poco a poco se dieron cuenta que no había nadie en ellas, y que el lugar no estaba abandonado ya que no estaba sucio o en ruinas.

Tal vez salieron y regresaran a comer, vamos a esperarlos, ven siéntate aquí.

Dijo el viejo, quien caminó hasta llegar a un gran mesquite, ahí se sentó a la sombra del árbol con su nieto a un lado y así permanecieron varias horas.

Abuelo, no vino nadie a comer. ¿Qué haremos?

Ya no esperemos más, vámonos al monte, yo quería saludar a los dueños, pues en aquellos años que yo venía mucho por estos montes ellos eran mis amigos, pensé que tal vez me recordarían, pero por lo visto hoy no están. Vamos, entremos.

Niño y anciano abrieron el portón del rancho y sin esperar más empezaron la caminata, las brechas del rancho eran como el viejo las recordaba, así que con facilidad empezó a predecir lo que verían adelante y su nieto sorprendido, tuvo que reconocer y admitir que el viejo conocía muy bien aquellos lugares.

Llegaron a otro cruce de caminos y el viejo, sin dudarlo, caminó de inmediato a la derecha hasta topar con un cerco y ahí volteó a la izquierda y caminó más de un kilómetro, el niño estaba sorprendido de ver cómo su abuelo caminaba con asombrosa facilidad y rapidez por aquellos caminos llenos de arroyos y desniveles.

El viejo disminuyó la velocidad de su caminata y empezó a ver a los lados con insistencia. El niño miró el rostro de su abuelo, había algo diferente en sus facciones, su mirada era muy penetrante, aguda, inquisitiva. Sus movimientos eran más rápidos y mecánicos

—¿Qué buscas abuelo?

El sendero de los venados.

De pronto, el viejo se detuvo en un punto que sólo él conocía, miró de nuevo el suelo y volteó a la izquierda y se internó en el monte. Igual que lo había hecho una tarde hacía cincuenta años, caminaba rápido, podría decirse que frenético, pero a la vez seguro, sabía donde estaba y miraba bien dónde pisaba, con habilidad eludía las espinas de los tasajillos y nopales y evitaba también la espina de la uña de gato, a su nieto le costaba más trabajo caminar al paso de su abuelo y al descuidarse una que otra vez chocaba con los matorrales espinosos.

Mira de qué alto son los árboles, cuando mucho tendrán tres metros de altura.

El niño observaba los árboles y confirmó lo que decía su abuelo, fíjate bien cómo por aquí tampoco hay ríos, y menos una cascada.

Es cierto abuelo, entonces estás en el lugar equivocado.

No, éste es el sitio preciso en donde una tarde hace cincuenta años yo seguía el rastro de un venado. Aquí es precisamente el sitio en donde la tarde gris se convirtió en sepia. Y en donde el monte cambió de altura. Este es el lugar, solamente me falta dar con el claro del monte en donde estaba parado el ciervo, y encontrar las ramas que pasé por debajo.

El pequeño advirtió entonces que el clima estaba cambiando ya que sí bien no hacía calor minutos antes, estaban sudando y ahora él se sentía correr por su rostro un viento fresco que le secaba el sudor. Una vez más la piel de sus brazos se puso “chinita“, pero él sabía que su deber era seguir al abuelo.

Sigamos adelante, caminemos un poco más, ahora estoy buscando el claro en donde vi parado al venado. 

Y como si su evocación se hubiese cumplido, ambos vieron alzarse ante ellos la blanca cola de un venado, que precisamente se llama venado cola blanca y el cual al correr ondea su cola blanca como una bandera, lo cual permite que se le ubique fácilmente por entre el monte.

—¿Lo viste abuelo?

Sí, pero ésta era una hembra, una venada de cola blanca, lo que yo vi aquella tarde era un gran ciervo, aquel era un macho enorme.

El niño aprendió entonces que la mejor manera de detectar alguna presencia entre el monte era por el movimiento, por lo que aumentó su poder de observación y análisis al máximo y a la vez su andar se hizo más lento y reflexivo.

Su esfuerzo rindió frutos ya que al poco rato vio una piara de jabalíes y atrás de ellos vio otras venadas, también tuvo la desagradable visión de una serpiente de cascabel enrollada en una nopalera.

—¿Ves cómo es fácil encontrar a los animales?

Comentó el abuelo.

Sí. Los ves porque se mueven entre las ramas.

Ambos se detuvieron para tomar un respiro, y en ese momento, con el rabillo del ojo, el niño percibió un movimiento muy rápido, por lo que volteó y se quedó mirando hacia una nopalera. Iba a decir algo, pero prefirió callarse, pues aunque estaba seguro de lo que vio, no supo qué era. Él creyó que era un niño pequeño y desnudo que corría por entre los nopales, pero eso era imposible. Qué andaba haciendo un niño pequeño y desnudo entre los nopales espinosos.

Sigamos adelante.

Dijo el abuelo y ambos reanudaron la marcha, ahora los dos caminaban lentamente y sus ojos miraban a los lados, buscando, buscando.

Por más que caminaron no encontraron el claro en donde el viejo vio el venado cincuenta años atrás. Y tampoco encontraron los árboles altos, ni el río con agua corriendo y menos aún la cascada. La tarde estaba a punto de dar paso a la noche.

Vámonos, debemos regresar a la carretera.

Ordenó el anciano.

—¿Abuelo, porque mejor no nos quedamos a dormir aquí en el monte? Recuerda que no tenemos a dónde ir y tampoco nadie nos espera, y pues si ya estamos aquí, quedémonos en el monte y así podremos seguir buscando temprano en la mañana.

Pero no venimos preparados, además tú no estás acostumbrado a dormir en el monte.

Nada me pasará abuelo, quedémonos aquí.

Insistió el niño y el abuelo entusiasmado por la idea de seguir buscando por la mañana, aceptó que se quedaran a dormir entre el monte. Pronto obscureció y una noche de luna nueva ennegreció totalmente el panorama, el abuelo, hábil en el monte, juntó leña rápidamente y pronto encendió una fogata cuya luz formó un reducido paréntesis de seguridad.

Con la escasa iluminación que proporcionaba la hoguera comieron algunos bocadillos que llevaban con ellos, la noche a campo abierto era agradable y con ella llegó un efecto de relax adormilante que los llenó de sopor invitándolos a dormir.

El anciano se tendió en la tierra suave y al poco rato ya dormía, su nieto en cambio se mantenía despierto, aunque ciertamente el sueño empezaba a vencerle, estaba a punto de cerrar los ojos cuando las últimas brasas de la fogata le permitieron verlo. Era un hombrecillo del tamaño de un niño pequeño, lo primero que le vio fueron sus ojos que brillaron con intensidad, cualquier otro niño hubiera gritado, llorado o corrido, pero él no, él siguió sentado recargado en el tronco de un mesquite, pensó en despertar a su abuelo, pero eso sin duda espantaría al hombrecillo por lo que prefirió quedarse quieto mirando con atención lo que pasaba.

El hombrecillo estaba también quieto, intentando averiguar quiénes eran esos que entraban a su reino, a su mundo, a su hábitat.

Vio los ojos del niño y más que eso, pudo ver dentro de ellos y no encontró miedo, y al darse cuenta de ello; de que no le temía, se fue acercando hasta quedar a menos de un metro de distancia del niño, en ese momento el abuelo empezó a roncar, el niño supo entonces que a partir de ahí todo lo que ocurriera iba a ser decisión suya, el hombrecillo también supo que el anciano dormía y que el niño estaba solo.

Soy Monomalo.

Dijo a manera de saludo.

Bueno, yo soy un niño que vive en una gran ciudad muy lejos de aquí, y solamente he venido con mi abuelo a buscar los árboles altos y la cascada, pero no hemos encontrado nada, mañana mismo nos iremos.

—¿Buscas los árboles altos?

Preguntó el hombrecillo que se hacía llamar Monomalo.

Sí, es lo que mi abuelo vino a buscar, los árboles altos, él los vio aquí hace cincuenta años.

Los árboles altos son mi hogar, yo sé en dónde están, pero desde hace mucho tiempo que no puedo regresar.

El niño escuchó al hombrecillo y se dio cuenta que decía una contradicción, ya que el aseguraba que conocía los árboles altos, que sabía en donde estaban y que eran su hogar, pero también decía que no podía regresar desde hacía mucho tiempo, tal vez quiso decir que desde hace cincuenta años no podía regresar a su hogar.

---Porqué no puedes ir a los árboles altos que son tu hogar.

Le preguntó el niño a Monomalo.

Puedo verlos, pero no puedo entrar.

Monomalo se dio cuenta de que el niño no entendía su explicación, supo entonces que debería ser más explicito, supo también que debería contarle toda su historia.

Mira yo soy un duende del monte, en todas partes hay duendes, unos viven en los bosques, otros en la selva, yo vivo en este monte. Hace muchos años, andaba yo una tarde tibia en busca de un ciervo, pues aunque los humanos no lo saben, los duendes tenemos también que comer igual que ustedes, pero como nosotros no tenemos armas como ustedes, la manera que usamos para cazar a los venados es hechizándolos, estaba yo esa tarde tibia, en un claro del monte precisamente debajo de unas ramas viendo un gran ciervo, entonces empecé a pronunciar los conjuros que me permitirían hechizar al ciervo para que este durmiera y así poder yo cazarlo, cuando un humano se paró a un lado mío, estoy seguro que no me había visto, yo creo que ese humano quería también cazar al gran ciervo que yo estaba hechizando. Durante muchos años me he preguntado qué pasó esa tarde tibia, recuerdo muy bien que era una tarde color sepia con tonos dorados, era una tarde cálida más que tibia, yo estaba entre los árboles altos y muy cerca del río y la cascada y fue en ese momento, como te decía, que se detuvo junto a mi un humano. Entonces él se agachó y cruzó por debajo de las ramas, fue en ese momento en donde yo me di cuenta que algo extraño había ocurrido, pues la tarde que unos segundos atrás era sepia con tonos dorados y mantenía una calida tibieza, de pronto se convirtió en una tarde gris, oscura, opaca y un frío intenso me caló hasta los huesos, el cambio fue tan brusco y repentino, que sentí un escalofrío muy fuerte y pensé que esa tarde estaba hecha de miedo, caí al suelo y ahí estuve no se cuánto tiempo, minutos, horas… tal vez años, de pronto desperté y quise regresar a mi aldea, pero aunque no me lo creas, no pude encontrar de nuevo el camino de regreso, y aquí me quedé vagando entre los montes y aunque ya han pasado muchos años, quisiera regresar a mi aldea con mi gente.

El niño escuchó atento la historia que Monomalo le contó y recordó también la historia que su abuelo le había narrado unos días atrás, se quedó pensando unos momentos y en su mente comparaba las dos historias y veía sus extrañas coincidencias. De pronto su rostro brilló como sí la luna lo hubiera iluminado, pero esa era una noche obscura de luna nueva, entonces no había luna llena que pudiera iluminar el rostro del niño, el cual de todos modos brillaba intensamente, tanto que permanecía encendido con una luz interior que se hacía más fuerte, casi deslumbrante, en sus ojos.

Ya sé lo que pasó esa tarde.

Monomalo, miró al niño y pudo ver también dentro de él y lo que vio fue paz, sabiduría y nobleza, por eso el hombrecillo sabía que podía confiar en lo que el niño le contara.

Dime, Niño Sabio, cuéntame qué pasó esa tarde, la tarde hecha de miedo. Explícame qué pasó pues todos estos años he querido saber qué ocurrió.

Mi abuelo me contó que esa tarde él cazaba venados entre el monte, y que iba siguiendo el rastro de un gran ciervo, también me dijo que esa tarde, digámosle “la tarde de mi abuelo”, era gris, opaca, muy fría, con viento, lluvia y niebla. Era una tarde tan extraña que parecía una tarde hecha de miedo. En ese mismo momento tú también cazabas un venado, tu tarde, llamémosle “la tarde de Monomalo”, era sepia, era tibia, era cálida, muy diferente a la tarde de mi abuelo. En tu mundo los árboles medían diez metros y en el mundo de mi abuelo los árboles medían tres metros, en tu mundo hacía calor y en el mundo de mi abuelo hacía frío, vaya, estaban en mundos diferentes, tú me cuentas que estabas debajo de unas ramas intentando hechizar al ciervo, mi abuelo me cuenta que unas ramas le impedían dispararle al ciervo y que tuvo que agacharse y pasar por debajo de ellas. Y que al pasar debajo de las ramas, él sintió que caía por un profundo agujero a una gran velocidad, y que sintió que lo transportaba a otros mundos, eso ocurrió en una fracción de segundos, cuando mi abuelo cruzó por debajo de las ramas sin saberlo y sin desearlo él se metió en tu mundo, ya que él vio por unos segundos los árboles altos, sintió el agua correr y escuchó también el ruido de la cascada, además se dio cuenta que tu mundo era color sepia y que era tibio casi cálido, igual que tú, él se desmayó y no supo qué le ocurrió, afortunadamente él pudo regresar a su mundo, a su universo, a su tiempo y a su espacio; tal vez le fue posible porque su cuerpo es más grande que el tuyo, tú en cambio, por ser muy pequeño, no pudiste regresar a tu mundo, a tu tiempo y a tu espacio, tú te quedaste en el mundo de mi abuelo, tu tarde sepia se convirtió en gris, tu tibieza en frío y ya no pudiste regresar a tu aldea.

Monomalo se quedó sorprendido con la gran inteligencia del niño, que en unos cuántos minutos pudo descifrar todo lo que había pasado hacía cincuenta años atrás.

Niño Sabio, debes de ayudarme a regresar a mi mundo, tú eres el único que puede ayudar a Monomalo a regresar a su tiempo y a su espacio.

El niño no contestó, se quedó pensando, pero seguía callado, su mente trabajaba febrilmente; pero no encontraba la respuesta, no encontraba la manera de ayudar a Monomalo, la noche seguía avanzando, el abuelo seguía dormido, las criaturas de la noche se acercaban y miraban al hombrecillo y al niño que en silencio seguían sentados entre el monte. De pronto el niño se puso de pie, una vez más su rostro brilló tan intensamente aún en la noche obscura y sin luna.  En ese momento, Monomalo supo que el niño había encontrado la respuesta. Ya sabía cómo hacerlo regresar a su mundo.

Vamos, camina, llévame hasta el sitio en donde estaba el ciervo y muéstrame las ramas en donde tú estabas agachado hechizando al ciervo.

Es muy cerca de aquí, sígueme.

El hombrecito que apenas llegaba a la altura de las rodillas del niño, caminó adelante, iba siguiendo el sendero de los venados, el mismo sendero que el abuelo recorrió cincuenta años atrás. De pronto, el hombrecillo se detuvo y giró su cabeza a los lados, levantó su corto brazo y le dijo al niño:

Mira en ese sitio, ahí estuvo parado el gran ciervo.

—¿Y las ramas en donde lo acechabas, cuáles eran?

Éstas, aquí estaba yo escondido y fue cuando llegó tu abuelo y se paró a mi lado.

El pequeño sintió una descarga de energía en todo su interior y fue tan fuerte que se estremeció, se arrodilló y vio las ramas de cerca, su gran inteligencia le hizo saber que esas ramas eran la ventana que comunicaba los dos mundos, eran un pasadizo que posibilitaba la comunicación entre dos dimensiones diferentes.

Sin embargo, para poder regresar a Monomalo a su mundo, sería necesario que todas las cosas se volvieran a juntar con cronométrica exactitud, para ello sería necesario que todos los actores de aquella extraña situación volvieran a estar presentes y recrear de nuevo las condiciones de la llamada tarde hecha de miedo. 

Si el niño tenía la sabiduría y valentía necesarios lograría cambiar la vida de su abuelo, inyectándole de nuevo el entusiasmo y la alegría que el paso de los años se había llevado, devolviéndole la fuerza y el vigor que tanta falta le hacían para darle sentido a los últimos años de su vida, sabiendo que trascendería más allá de la muerte a través de las enseñanzas que pudiera dejar en ese pequeño que tanto lo quería y lo admiraba. 

Entonces, Niño Sabio y Monomalo entendieron el reto al que se enfrentaban. Ya habían logrado encontrar la ventana que comunicaba los dos mundos y sabían que el hecho de haber asechado simultáneamente al venado, a aquel fantasma gris de los montes, fue el punto en común que había provocado aquella inesperada y extraña coincidencia que había marcado la vida de su abuelo y que había dejado a Monomalo atrapado en un mundo diferente al suyo.

Pero cómo devolver a Monomalo a su dimensión y cómo explicarle a su abuelo lo ocurrido aquella tarde, la tarde hecha de miedo.

Por ahora el reto era poder abrir de nuevo esa ventana, ese túnel de comunicación entre dos mundos diferentes. Niño Sabio, se quedó callado, pensando en la forma de entrar al mundo de Monomalo y de pronto se dio cuenta de que tenía a dos actores, pero le faltaba uno más, le faltaba el venado, el animal era el tercer elemento que faltaba y era, por cierto, la pieza clave de la historia.

Pero cómo podría un niño encontrar uno de estos hermosos animales. El niño pensó que siendo él tan pequeño, tan ignorante de las cosas del monte, pues era un niño citadino, cómo podría encontrar un venado.

Fue entonces cuando comprendió que el único camino para salvarlos a todos sería pedirle a su abuelo que realizara de nuevo aquella gran cacería que permitiría enderezar el cauce de las cosas, y encontrar un final feliz para todos. Fue así como, junto a Monomalo, se dirigió a despertar a su abuelo, para pedirle que les ayudara a encontrar aquel majestuoso ejemplar de venado cola blanca para completar los elementos necesarios y poder así regresar a Monomalo a su aldea y dar al abuelo la explicación que había buscado durante los últimos cincuenta años.

Despertaron al abuelo, quien se sorprendió al ver al pequeño hombrecillo, el duende de los montes, pero con tranquilidad e inteligencia, su nieto comenzó a explicarle lo ocurrido.

Avivaron la fogata y el crepitar de las llamas fue testigo de la historia que a ratos contaba Niño Sabio y a ratos Monomalo. El abuelo escuchó atento la narración de ambos y finalmente quedó convencido de que aquella tarde hecha de miedo tuvo su clímax en el momento justo en que los dos cazadores vieron al enorme ciervo, y que fue el anhelo de ambos de adueñarse de él lo que los fundió. Él también coincidió en que fue su tamaño corporal lo que le permitió regresar a su mundo, pero el pequeño hombrecillo ya no pudo volver a su dimensión.

Vamos a intentarlo, ayudemos a Monomalo a regresar a su aldea.

Dijo el abuelo, su voz era eufórica y su entusiasmo enorme.

Abuelo, hay un problema, debemos tener un venado cerca. Para poder regresar a Monomalo a su mundo, se necesitan una vez más los tres elementos, nos falta un venado. Sin él, la ventana no se abrirá una vez más y los dos mundos no se comunicarán.

Niño Sabio dijo esas palabras con tristeza, pues pensaba que sería muy difícil acercar a un venado a ese lugar, pero su abuelo pensaba diferente.

Acercar a un venado no será ningún problema, yo sé cómo hacerlo, muchas veces en mi juventud yo acerqué a los venados, yo sé cómo llamarlos para que salgan del monte y se acerquen hasta donde uno está esperándolos.

Sin esperar más, aquel extraño grupo formado por un anciano, un niño y un hombrecillo enano, caminaron en la noche oscura hasta llegar de nuevo al claro entre el monte, el abuelo ocupó su lugar a un lado de las ramas y Monomalo se colocó en el suelo. Niño Sabio quedó atrás sin tener riesgo de caer a la otra dimensión. Todos sabían que lo que iban a intentar era muy peligroso y arriesgado, pero confiaban en la habilidad del abuelo para llamar al venado. Además, la noche estaba a punto de terminar, faltaba ya poco tiempo para que amaneciera.

El anciano buscó en su mochila y a tientas, su mano encontró en el fondo de la bolsa un viejo par de astas de venado, los sacó de la mochila y los frotó con sus manos verificando que los cuernos estuvieran en buen estado. Luego, con las astas de venado en sus manos, el hombre las golpeó en repetidas ocasiones una contra otra y en algunas ocasiones golpeaba una gruesa rama y tallaba también el piso con mucha fuerza, produciendo extraños sonidos que de vez en cuando acompañaba con un eructo. Niño Sabio y Monomalo miraban en silencio aquel ritual, convencidos de que el viejo sabía lo que hacía.

Fíjense bien, no tardará en aparecer un gran venado.

Dijo el viejo en un susurro que apenas escucharon. Monomalo volteó a la derecha y vio que se acercaba un venado macho, que fue el que respondió al reclamo de celo que el anciano había simulado al chocar los cuernos y sacudir la rama. Niño Sabio también vio al gran macho que se acercaba cauteloso, sus pasos eran lentos y precavidos, levantando sus manos, girando sus ojos y manteniendo sus orejas rígidas y atentas a cualquier sonido. Pero el atrayente sonido que el cuerno producía al chocar contra el otro y con las ramas, asemejaba la presencia de otro macho que invadía su territorio en busca de pelea, y eso incitaba al venado a acercarse paso a paso hasta quedar precisamente en el centro del claro: el sitio preciso que conectaba la ventana entre los dos mundos.

—¡Monomalo, hechízalo con tu conjuro, domínalo como yo lo he dominado!

El hombrecillo se arrodilló y empezó a pronunciar el conjuro, eran palabras sin sentido quizá, pero el poder que tenían al ser pronunciadas en la forma correcta dominaría al gran venado y lo vencerían, era la lucha de la naturaleza contra el poder heredado en las tradiciones que Monomalo había aprendido de sus mayores, y que ahora ponía en práctica. El anciano se hizo a un lado permitiendo que el hombrecillo pasara las ramas mágicas que lo llevarían de nuevo a su mundo. Al estar presentes los tres elementos, que eran el anciano, el hombrecillo y el venado, la ventana de comunicación entre las dos dimensiones se abrió por segunda vez en cincuenta años. Monomalo cruzó la rama y de inmediato supo que estaba de nuevo en casa. Con las primeras luces del alba, el duende del monte vio que ahí estaban los árboles altos y alcanzó a escuchar el ruido del agua. Pero en ese momento, Niño Sabio también cruzó las ramas. ¿Qué sucedería si el niño se quedaba atrapado en el mundo de Monomalo y ya no regresaba a su casa? El Abuelo trató de detenerlo; pero no pudo evitar que el niño pasara por debajo de las ramas.

No temas abuelo, estaré solo un momento, voy a despedirme de Monomalo.

La voz del niño era tranquila y sonaba diáfana y segura.

En ese momento los primeros rayos del sol acabaron con la noche oscura y lo primero que vio Niño Sabio con toda claridad, fueron los árboles altos, y alcanzó a escuchar el sonido del agua que hacía la cascada.

Adiós Monomalo, adiós, espero volver a verte algún día.

Dijo el niño con voz quebrada.

Regresa con tu abuelo, vete con él. Ya conoces en dónde están las ramas mágicas, ya sabes cómo poder entrar en mí mundo, vuelve cuando quieras.

Alcanzó a decir Monomalo, mientras se internaba en el monte. Niño Sabio quiso seguirlo, pero sabía que debía volver con su abuelo, por lo que se acercó lentamente a las ramas. El anciano, arrodillado en el suelo, pudo ver de nuevo los árboles altos y una vez más escuchó el sonido del agua, el sol alumbró plenamente y permitió que el viejo disfrutara de las imágenes en color sepia, las mismas imágenes que había visto cincuenta años atrás en aquella tarde hecha de miedo. Niño Sabio cruzó las ramas de regreso y al estar al lado de su abuelo, la visión del mundo de Monomalo terminó súbitamente, pues era el niño quien permitía la comunicación entre los dos mundos, entre las dos dimensiones.

—¡Abuelo fue extraordinario, es la aventura más fabulosa que alguien puede vivir!

Sí hijo mío, haber logrado descifrar el misterio de una tarde hecha de miedo, de conocer el secreto de los árboles altos y volver a escuchar el agua de la cascada; y saber que existen mundos paralelos, dos dimensiones tan coincidentes, ha sido una gran aventura, pero salgamos de éste monte, volvamos a casa que tus papás te esperan.



NOTA DEL AUTOR: Parte de ésta historia está basada en hechos reales.

viernes, 4 de octubre de 2013

Caí De Cabeza Arriba De Una Cascabel

Por Jesús Moreno Niño.

Estábamos precisamente en el puente vacacional del 21 de marzo del año 2001, como ustedes saben, yo me dedico profesionalmente a la renta de ranchos para cacería.

Por esa razón muchos cazadores me buscan con la finalidad de enseñarles ranchos con la intención de rentarlos y utilizarlos para su cacería durante la temporada.

Fue así como esa tarde salimos rumbo a Nuevo Laredo Charly González Vela, Jorge Cañada Florencio y yo.
Jorge Cañada Florencio,
con un extraordinario venado
que logró cazar en  uno
de los ranchos que le rentó
al autor.


Llegamos al rancho Santa Martha, ubicado precisamente en el Km. 190 de la Carretera Rivereña, justamente a orilla de carretera en el municipio de Guerrero. Como aún era temprano le dimos una vuelta al rancho para que ellos lo conocieran y durante ese recorrido nos tocó ver algunas venadas y pecaríes de collar.

Tanto Charly como Jorge, son cazadores muy exigentes y buscan muy buenos ranchos para su cacería. Conscientes de ello sabíamos que debíamos revisar muy bien el rancho, por lo que acordamos que por la noche revisaríamos de nuevo el monte utilizando un fanal y haríamos un censo nocturno de venados en diversos transectos para intentar determinar la densidad poblacional de venados en el rancho.

Prendimos lumbre y asamos carne, cenamos en compañía de Alonso Salinas Martínez, el dueño del rancho.

Antes de medianoche subimos a la camioneta y nos fuimos rumbo al fondo del rancho realizando un monitoreo nocturno con auxilio de luz artificial.

El censo nocturno resultó muy favorable ya que vimos un buen número de venadas, así como algunos machos que aún no tiraban sus astas, terminamos el censo y nos dirigimos a la casa del rancho.

A pesar de que era Marzo, ya se sentía calor y no venteaba nada de aire, por lo que Charly y Jorge optaron por irse a dormir a un hotel en Nuevo Laredo, aprovechando la cercanía del rancho con esa ciudad. Yo por mi parte me quedé a dormir en el rancho y también se quedó Alonso.

Antes de irse me dejaron su cámara de video y me pidieron que despertara temprano y les filmara los animales que me salieran, ya que ellos pasarían a recogerme al rancho a la mañana siguiente.

Para las seis de la mañana ya iba yo caminando por una de las brechas que salen de la casa rumbo al fondo del rancho, Alonso me ofreció que me llevara su camioneta, lo cual no hice pues la idea era filmar venados.

Muy cerca de la casa hay una presa grande, me di cuenta que había venadas y marranos, los filmé durante un rato y luego seguí caminando, llegue a un crucero en donde había torre, me subí y de inmediato salieron mas venadas.

La brecha por donde estaban saliendo era larga y salían muy al fondo, por lo que aún con el zoom de la cámara no los estaba filmando bien, decidí bajarme de la torre y caminé unos 300 o 400 metros, acercándome al pasadero, ahí estuve por más de una hora; ya pasaba de las 8 de la mañana.

Conforme avanzaba la mañana el día se hacía más caliente. 

Como yo conozco muy bien ese rancho pensé en regresarme a la casa utilizando un atajo, de esa forma evitaría caminar casi un kilómetro.

Así que caminé por un lado del arroyo La Mula, por momentos el monte era muy andable pero en algunos tramos el monte se cerraba y me hacía difícil avanzar. Me di cuenta que la otra margen del arroyo estaba más limpia que por el lado que yo iba caminando por lo que empecé a buscar una forma de cruzarme al otro lado.

El arroyo estaba seco, pero aún así no era sencillo pasarse de un lado a otro debido a los matorrales y a la profundidad del lecho.

Caminé unos metros más por la margen derecha y de pronto vi que había una bajada natural, una veredita de animales que bajaba y cruzaba el arroyo.

Cuando me acerqué, vi que estaba enrollada una cascabel lomo de diamante, crotalus atrox. La víbora estaba dormida o aletargada, corté una vara de un mezquite y con mi navaja le hice punta en un extremo.

Mi idea era hacer una especie de lanza y con ella atravesar la cabeza o al menos el cuerpo de la víbora de cascabel. Me acerqué con cautela y cuidadosamente apunté a la cabeza con la punta de la vara, sin embargo, lo largo de la vara y un ligero temblorcillo producto de la adrenalina no me permitían tener la vara quieta.

Entonces opté por cambiar de técnica y empuñé la vara por el lado más grueso y sólido, sujetándola con las dos manos la levanté para azotar a la víbora de cascabel. Cuando levanté la vara, amacicé con firmeza mis dos pies en el piso, pero en ese momento ocurrió lo impensado...

La fuerza que hice al pisar quebró los terrones en donde yo estaba parado.

El sitio en el que estaba se desmoronó en pedazos, al romperse, yo caí en cuatro patas hasta el fondo del arroyo.

Lo que había pasado es que las corrientes de agua al paso de los años habían ido rebajando y desgastando las paredes del arroyo. En la superficie a nivel del piso aparentaba ser un piso sólido, pero no eran más que unos cuantos terrones, que se quebraron con mi peso.

Por la sorpresa y por la rapidez con que se quebró el suelo bajo mis pies no pude evitar la caída y contra mi voluntad fui a caer de cabeza precisamente arriba de la víbora de cascabel. Quedando en cuatro patas frente a ella.

A la serpiente enrollada le cayeron encima parte de los terrones y sorprendida empezó a moverse.  Yo caí encima de la víbora de cascabel.

Caí en cuatro patas y mi cabeza, mi axila y mi brazo izquierdo quedaron a unos 20 centímetros de la víbora que reptaba saliendo de entre los terrones. Aún aturdido como estaba me di cuenta de lo grave de mi situación, pues quedé a merced de la víbora y muy cerca de ella.

Mi cara estaba a unos 20 centímetros de la víbora de cascabel y mi cabeza me daba unas latidas fuertes ya que me di un fuerte cabezazo contra el piso.

Yo quería sobarme la frente para aminorar el dolor, pero no lo hacía pues sabía que si me movía la cascabel me atacaría, la mordida sería en la cara, en la axila o en el brazo.

De donde saqué en ese momento el valor para permanecer inmóvil, no lo se. Solamente me repetía a mí mismo: No te muevas, no te muevas, no te muevas.

Pasaban los segundos y en la posición en la que estaba seguramente no aguantaría mucho tiempo sin moverme, desafortunadamente para mí, la víbora de cascabel empezó a moverse, pero reptaba directamente hacia mí, por lo que sentí que se me estaba acercando la muerte.

Permanecí inmóvil, rígido, prácticamente no quería ni respirar.

Mis manos estaban soportando la mayor parte de mi peso debido a la posición en que había quedado y en las palmas de las manos me calaban las piedritas y pequeñas ramitas o espinas que estaban en el piso.

Yo no le quitaba la vista a la víbora de cascabel la cual se me acercó a tal grado que pasó rozándome la manga de la camisa.

Como me di cuenta que la víbora se estaba alejando, me sentí más tranquilo y eso me dio la fuerza para esperar que se alejara un poco más. Finalmente la víbora quedó a poco más de un metro de distancia de mi cuerpo. En ese momento busqué la vara, la tomé y con ella le propiné varios golpes a la serpiente hasta matarla.

Terminé de incorporarme y me sacudí la ropa, saqué mi navaja y le corté la cabeza a la cascabel. La llevé en una mano y en el hombro colgando llevaba la cámara de video.

Salí de aquel mogote y tomé la brecha que me llevaba a la casa de Alonso Salinas Martínez, el dueño del rancho Santa Martha.

Los perros del rancho empezaron a ladrar cuando vieron que me acercaba a la casa. Alonso, temeroso de que me desconocieran, ya que eran bravos, salió de la casa a calmarlos para que yo me pudiera acercar sin peligro.

Al verme se llevó tremendo susto cuando me miró la frente y vio el tallón rojizo y la hinchazón.

--¿Qué te pasó en la cabeza?-- me preguntó gritando y tomándome de los hombros.
--¿Te picó en la cara?-- volvió a preguntarme a gritos y muy alarmado.

Dejé la víbora en el piso y me acerqué al espejo de su camioneta y para mi sorpresa traía un buen chichón o chipote en la frente, mi piel estaba roja y brillosa, además unos puntos de tierra negra asemejaban los puntos de los colmillos de la cascabel.

Rápidamente le conté a Alonso toda la historia, mientras él le quitaba la piel al cuerpo de la víbora.

Parece increíble mi cara y mi cuello estuvieron por momentos a unos 20 centímetros de una víbora de cascabel y ahí estaba yo esa mañana, sano e ileso y contando la historia.

Y claro, contando también los anillos del cascabel que tenía en la mano y que guardo como un preciado recuerdo de ésta aventura que casi me cuesta la vida.


lunes, 30 de septiembre de 2013

Un Oso Entre Los Encinos

Por Jesús Moreno Niño.

Sin duda, quienes tenemos más de 50 años de edad, recordamos aquel "error de Diciembre de 1994" de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. El desmedido aumento en la deuda externa mexicana la convirtió en algo impagable. Y así, con esa enorme carga económica a cuestas, iniciamos 1995 millones de mexicanos a quienes nos cambió la vida de la noche a la mañana.

Yo había estado muy bien económicamente hasta el año 1994. De hecho en 1993, inicié lo que hoy es Banco de Datos del Venado Cola Blanca. En aquellos años tenía mucho trabajo, había muchos clientes que querían contratar cacerías de venados. Incluso conseguimos un contacto en África para llevar cazadores a aquel continente, el panorama se veía agradable; pero aquel pinche error de diciembre nos puso a todos los mexicanos de cabeza, a todos nos afectó en mayor o menor grado.

A mí me cancelaron todas las cacerías que ya estaban reservadas para México y para África; por lo que hace a la venta de venadas y otros animales exóticos, todos los pedidos también se cancelaron. Mi negocio Banco de Datos del Venado Cola Blanca estaba punto de cerrar sus puertas por falta de clientes.

Afortunadamente para nosotros, el arquitecto Abel Guerra Garza amablemente me ofreció trabajo en su rancho llamado Los Terreros, ubicado en el municipio de Zaragoza, Coahuila. Aquella oferta de trabajo, muy bien pagado por cierto, se convirtió en un auténtico salvavidas con tanque de oxígeno incluido.

El arquitecto Abel, nos invitó a ir al rancho en su avioneta y acordamos que haríamos un estudio sobre las condiciones del rancho y la fauna presente. Revisaríamos la capacidad de carga, veríamos la posibilidad de dar tratamientos mecánicos a los matorrales, haríamos sugerencias para mejorar la hidrología y analizaríamos la adaptabilidad de las diversas especies exóticas en el rancho.

El arquitecto Abel Guerra Garza, en todo momento fue muy amable conmigo y mi familia y aprovecho estas líneas para demostrarle mi gratitud. Su oferta de trabajo llegó en el momento justo y gracias a él no cerré Banco de Datos del Venado Cola Blanca, ahora 20 años después sigo valorando y agradeciendo esa invaluable ayuda que nos brindó

Pero el resto de los empleados del rancho no compartían esa amabilidad, ni el aprecio que el arquitecto me manifestó desde un principio. Había un empleado del rancho, vamos a llamarlo "Mauricio", quien era una especie de encargado o administrador del rancho Los Terreros.

Desde que nos conocimos, "Mauricio" y yo chocamos. Siempre me he preguntado qué chingados le hice yo a "Mauricio" para que me tratara con tanta mala leche; pienso que tal vez fue el clásico síndrome de "miedo al desconocido" y quizá pensó que yo podría intentar quitarle su puesto, algo que nunca pasó por mi mente.

Pero ni hablar, las cosas fueron como fueron y yo tuve que aguantarme cuanta fregadera me hizo el tal "Mauricio", pues yo necesitaba el trabajo y lo que menos iba a hacer era pelearme con él para que me despidieran.

Cuando viajábamos de Monterrey al rancho en la avioneta no había mucho problema, pues solamente convivíamos una hora y media de vuelo, así que "Mauricio" y yo nos tolerábamos. Pero cuando nos íbamos al rancho por carretera eran seis horas juntos, no nos matamos en esos viajes nomás porque Dios es muy grande.

La verdad aguanté a "Mauricio" porque tenía necesidad del trabajo, pero siempre se portó muy mal conmigo. Cuando salíamos a caballo a recorrer la sierra "de pura casualidad" a mí me tocaba siempre el caballo más méndigo de todos.

Lo que "Mauricio" no sabía es que yo toda mi vida había montado a caballo y que orgullosamente había sido charro de La Monterrey, y algunas veces hasta me monté en un toro para jinetearlo y también llegué a hacer el paso de la muerte. Con esas habilidades ecuestres no me resultaba difícil controlar a un caballo violento y siempre salí airoso.

Pero realmente yo me sentía muy mal por la manera en que me trataba.

Me hice a la idea de no hacerle caso a sus provocaciones pues yo necesitaba el trabajo y además la idea de estar en medio de la sierra, rodeado de osos, pumas, venados y más de 300 animales exóticos, no me desagradaba; así que por más que el tal Mauricio me provocaba, no encontraba respuesta de mi parte.

Pasaron los meses y aunque no quieras te vas acostumbrando a la mala vida. Fue así como un buen día, estando en Monterrey, me llamó "Mauricio", avisándome que al día siguiente nos iríamos al rancho en la camioneta, pues llevaríamos una cuatrimoto.

Para que se den una idea de la distancia de Monterrey al rancho, salíamos por la carretera a Monclova, (200kms), luego llegábamos a Sabinas (110 Kms) luego enfilábamos a Zaragoza (65 kms) ahí se terminaba el pavimento y nos esperaban 121 kms de terracería de los cuales un 30 por ciento eran sierra con enlajados que se recorrían a vuelta de rueda, y muchas veces con la doble tracción puesta aún con el camino seco. Nada más de terracería hacíamos dos o dos horas y media, y por si fuera poco, había 16 puertas la mayoría de ellas con candado.

Llevábamos siempre un juego de llaves muy completo, pero ese día pasó lo que siempre temíamos, un candado era diferente y no teníamos la llave. Eso nos impidió el paso y detuvimos la camioneta junto al portón; aún nos faltaban unos 34 kilómetros para llegar al rancho del arquitecto Abel Guerra Garza, ya estaba oscureciendo.

Intentamos abrir aquel candado con diversas llaves pero no fue posible. Cayó la noche y ahí estábamos"Mauricio" y yo frente a aquel portón que nos impedía el paso. En aquellos años no había celulares, ni radios o nexteles, había que arreglar los problemas con habilidad e inteligencia.

--Pues a ver cómo le haces Jesús, pero hay que llegar al rancho y buscar a Hilario (el vaquero del rancho), para que se venga a ayudarnos. Me dijo "Mauricio" y yo de inmediato me di cuenta cuáles eran sus intenciones.

Claramente me estaba ordenando que me fuera yo solo hasta el rancho.

Su idea era que pasáramos la cuatrimoto por entre los alambres de púas y que ya estando del otro lado, me fuera yo solo hasta el rancho Los Terreros para traer ayuda y abrir el portón y pasar la camioneta. Pusimos manos a la obra y bajamos la cuatrimoto de la camioneta. Maniobramos con los alambres de púas y con habilidad y fuerza bajamos cuatro de las cinco hebras, dejando así el espacio suficiente para que pasara la cuatrimoto.

Unos minutos después, la moto había pasado la cerca. Arreglamos de nuevo los alambres y le dije a "Mauricio":

--Vámonos, súbete y yo manejo, le dije mostrándome amable; pero él me contestó indignado:
--Qué te pasa, tú te vas sólo, yo me quedo aquí a cuidar la camioneta.

Me sorprendieron sus palabras:
--Qué le cuidas a la camioneta, quítala de en medio del camino, ciérrala y vámonos, además regresaremos en unas dos horas por ella. Le repliqué.

Yo pensaba que llegaría al rancho Los Terreros en unos cuarenta minutos, le explicaría a Hilario el vaquero cuál era el problema y volveríamos de inmediato en otra camioneta con la llave nueva, o con la herramienta adecuada para bajar los alambres o romper la cadena y poder pasar la camioneta.

Pero "Mauricio" no escuchó mis palabras, se subió a la cabina, subió los vidrios, prendió uno de sus cigarrillos y encendió el radio.
--Váyase rápido Jesús, para que no se le haga más tarde.

Yo sabía que él era el jefe, así que no me quedó más que obedecer sus órdenes. La lógica más elemental recomendaba que nos fuéramos juntos en la cuatrimoto o que nos quedáramos juntos en la camioneta, pero al tal Mauricio, le pareció mejor idea mandarme a mí solo en la cuatrimoto y él quedarse seguro dentro de la cabina de la camioneta.

Él sabía como yo que estábamos en la Sierra de El Infante, y que el poblado más cercano, que era Zaragoza, Coahuila quedaba a 85 kilómetros de distancia. "Mauricio" también sabía igual que yo que el rancho más cercano era Cedro Viejo y quedaba a 24 kilómetros, luego 9 kilómetros más adelante estaba nuestro destino.

Yo pensé que él estaba bromeando cuando me ordenó que me fuera sólo y le insistí en que se subiera conmigo a la cuatrimoto y nos fuéramos juntos, su respuesta fue tajante:
--¡Qué espera para irse! lo contrataron por chingón. ¿Qué le pasa, le tiene miedo al monte, qué está esperando para irse?

Sus palabras me llenaron de coraje, encendí la moto, prendí las luces y arranque a toda velocidad sin despedirme de aquel cabrón. Realmente yo no veía un peligro importante, toda vez que el recorrido era por el camino real, el cual estaba en buenas condiciones, había subidas con enlajados que eran incómodos, pero más peligrosa e incómoda era la bajada, pues la cuatrimoto, patinaba y se deslizaba por la pendiente y no era sencillo detenerla.

Al poco rato me concentré en el camino y me olvidé de la fregadera que me hizo "Mauricio", preferí olvidarme del asunto y seguí avanzando solo por entre la sierra, ya eran casi las 9 de la noche; de vez en cuando cruzaba el camino alguna venada que corría asustada por el ruido del motor.

Tenía ya casi media hora de camino cuando a lo lejos empecé a escuchar el ladrido de unos perros, eso significaba que estaba por llegar al rancho Cedro Viejo. Lo que podría ser motivo de alegría, se convirtió de pronto en un motivo de inquietud y temor, recordé que cuando pasábamos en la camioneta por el rancho Cedro Viejo, el camino real llegaba casi hasta la casa de ese rancho, además había dos portones que le daban privacidad a la placeta del casco del rancho y había que bajarse, abrirlos y volverlos a cerrar.

Eso estaba muy bien de día y en camioneta; pero en el rancho Cedro Viejo, cuando entrabamos a la placeta del rancho, siempre salía una jauría de más de 20 perros de todos colores y tamaños ladrando y gruñendo a todo pulmón. Desde adentro de la cabina de la camioneta, a los perros ni cuidado les pones, pero en una cuatrimoto y de noche, la idea de cruzar la placeta de ese rancho no resultaba nada fácil y menos aún bajarse a abrir y cerrar los dos portones.

Ya no avancé por el camino real, los ladridos de los perros eran intensos y se percibía en ellos coraje y deseos de atacar. Me detuve totalmente a unos 500 metros de la casa, todas las luces estaban apagadas y no olía a humo que saliera de la chimenea. Era evidente que esa noche no había ninguna persona en el rancho.

Encendí la moto una vez más y muy despacio me fui acercando al primer portón; cuando ya estaba a unos cien metros, alcance a ver con la luz de la cuatrimoto a más de diez perros que venían corriendo, ladrando y gruñendo hacia mí. Atrás de ellos, en el portón, se quedaron otros ocho perros ladrando y esperando a ver qué hacían los más osados, que fueron los que corrieron a echárseme encima.

Detuve en seco la cuatrimoto, le di vuelta y arranqué en retirada a toda velocidad. Al ver que me ponía fuera de su alcance, la jauría se detuvo pero siguió ladrando con mucha energía. Me quedó muy claro que pasar por el casco del rancho Cedro Viejo, no iba a ser nada fácil. 

¿Qué podía hacer? ¿Regresarme hasta donde estaba "Mauricio" y decirle que unos pinches perros no me dejaron pasar? Eso ni de chiste, yo que le decía que no había podido llegar al rancho, y ya me imaginaba lo que me iba a decir, que era un bueno para nada, un pinche miedoso, un inútil que no había podido ir por la ayuda.

Me detuve de nuevo a unos seiscientos metros de la casa, me di cuenta de que los perros estaban regresándose al rancho y que ahí estaba seguro; miré el reloj y ya iba para la diez de la noche, sabía que tenía que pasar y que esos méndigos perros no me iban a detener.

La noche estaba obscura; pero aun así yo podía ver en dónde estaban las casas y los portones. La solución era muy simple: yo debía mantenerme alejado de la casa y así los perros no me atacarían.

Empecé a internarme en el bosque de pino-encino, sacándole la vuelta a la casa. Había tramos fáciles de andar, pero en otros el monte se cerraba tanto que no me permitía pasar la cuatrimoto y había que buscar otra vereda. Cuando menos esos montes no son espinosos, así que no había ni nopales ni tasajillos y ahí voy empujando en ratos y manejando en otros la cuatrimoto; y así poco a poco fui avanzando, manteniéndome siempre retirado de la casa, cuando menos a unos 500 metros.

Miré el reloj y ya eran las diez y media de la noche, además iba bañado en sudor por el esfuerzo. Me di cuenta que ya había pasado la casa, así que empecé a descender de la ladera tratando de regresar al camino real. 

Lo primero que percibí fue un olor a rancio, como a manteca o a sudor, pero muy intenso. Yo no quería encender la luz de la moto, pero aquel olor rancio aumentó de pronto.

Prendí la luz y a unos 15 o 20 metros estaba un enorme oso negro.

Como yo estaba en la ladera, al prender la luz de la cuatrimoto, el rayo de luz le dio al oso de lleno en plena cara, por lo que quedó inmovilizado y cegado por la luz.

Rápidamente analicé la situación… pero el oso también hizo lo mismo. Sin pensarlo mucho, el oso empezó a subir hacia mí. Jamás sabré si sus intenciones eran atacarme o estaba tan desconcertado por encontrarse una cuatrimoto a media ladera, que simplemente caminó hacia adelante.

Me armé de valor y le di un acelerón muy fuerte a la moto, yo pensé que con eso el oso se iba a asustar, pero fue todo lo contrario, el oso saltó hacia adelante enfurecido.

Juro que no lo pensé… pero así salió. Le puse cambio a la moto y la aceleré con violencia, me bajé y se la aventé al oso. Una por el acelerón y otra porque quedaba de bajada, la cuatrimoto se fue contra el oso, no supe si la cuatrimoto le pegó al oso, pues perdí de vista la acción, ya que yo corrí una vez más hacia arriba de la ladera.

Solamente escuchaba que la cuatrimoto bajaba por la ladera dando saltos y tumbos, hasta que fue a estrellarse contra un encino ya muy cerca del camino real. Una vez más los perros ladraban con fuerza y empezaron a acercarse a donde había caído la cuatrimoto, y quizá porque sintieron y olfatearon al oso.

Escuché unos resoplidos y el ruido de piedras que ruedan por la ladera, por lo que supuse que el oso se alejaba corriendo montaña arriba. Sin dudarlo, bajé corriendo por la ladera, subí a la cuatrimoto que aún seguía encendida; y en un par de segundos ya iba yo a toda velocidad por el camino real. Al fin había logrado pasar por el rancho Cedro Viejo. Dejando atrás a los perros enojados y a un enorme oso negro muy asustado.

Los ladridos de los perros se fueron haciendo cada vez más débiles, hasta que dejé de escucharlos. Detuve entonces la cuatrimoto para agarrar aire y aproveché para mentarle la madre al tal Mauricio.

Ya más tranquilo y sabiendo que no habría nada que me impidiera el paso, enfilé rumbo a Los Terreros, el rancho del Arquitecto Abel Guerra Garza. Eran pasadas las once de la noche cuando crucé el guardaganado, había llegado a mi destino. Me dirigí hacia las casas de los trabajadores y vi la luz de una linterna.

--¿Quién eres? se escuchó el grito de Hilario, el vaquero del rancho.
--Soy yo, Jesús Moreno, vengo en la cuatrimoto nueva.
--¿Qué les pasó, on'ta la troca y on'ta "Mauricio"? Me preguntó a gritos Hilario.

Le expliqué que nos habían cambiado un candado y que al no poder abrirlo, pasamos la cuatrimoto por la cerca de púas y yo me vine solo hasta el rancho.

--¿Y "Mauricio"? volvió a preguntarme Hilario el vaquero.
--Se quedó en la camioneta
--¿Y te mandó a ti sólo? 
Le dije que sí, pues así había sido.

--Que pinche pelado tan mugroso, eso no se hace, en ésta sierra no debes andar solo de noche. Vete a dormir y en la mañana vamos por él.

--No Hilario, hay que ir por él ahorita, le dije al vaquero con energía.
--Ya son más de las once de la noche, en la mañana vamos. 
Me dijo el vaquero. 

Le hice ver que él era el encargado del rancho y que debíamos ir por él esa misma noche. Camelia, la mujer de Hilario el vaquero, salió de su casa y le insistió en que fuéramos a recogerlo. A Hilario el vaquero no le quedó más que aceptar.

Solamente recogimos unas tenazas de corte para romper un eslabón de la cadena y abrir el portón. Subimos a la camioneta Chevy Blazer y allá vamos montaña abajo.

Llegué por segunda vez en la noche al rancho Cedro Viejo y una vez más nos recibió la jauría de perros. Qué diferencia, al llegar hasta el portón arriba de una camioneta, bastaron unos cuántos gritos y los perros se apaciguaron, ya que estaban acostumbrados a ver bajar a la gente de las camionetas.

En cuanto arrancó la Blazer, de nuevo los perros nos siguieron y yo conté más de 20 perros de distintas razas y tamaños. Llegamos al siguiente portón y pasó lo mismo: unos ladridos y poco a poco se retiraron y nos permitieron abrir el segundo portón.

Me subí a la camioneta y noté que Hilario el vaquero no arrancó de inmediato.
--Oye ¿y cómo le hiciste para pasar los portones con tanto pinche perro? me preguntó intrigado.
--Pos ya vez los pasé y llegué hasta el rancho.
--¿Pero cómo le hiciste con tanto perro? en la moto no te hubieran dejado acercarte, ¿Cómo le hiciste? 

No le contesté. Hilario arrancó lentamente la camioneta y se quedó mirando el camino.

--La moto no pasó por aquí, me dijo con la seguridad del vaquero que sabe leer las huellas en el piso.
--No hay huellas de la moto en el camino, ¿cómo le hiciste?
--Mira Hilario, había que llegar al rancho y yo llegué. Y llegué sin un rasguño.

Al poco andar, llegó hasta el sitio en donde subí la moto a la ladera y con admiración me dijo:
--A que cabrón eres, le sacaste la vuelta a la casa y a los perros. Saliste bueno pal monte. Te fuiste por la ladera. 
Yo me quedé callado y un tanto halagado por sus palabras.
--¿No batallaste pa'subir la moto a la ladera?
--No, le contesté. No batallé nada.

Jamás le conté ni a él ni nadie de mi encuentro con el oso. Pero estoy seguro que Hilario intuía que algo más había pasado en aquella travesía por la ladera de la sierra.

Reanudamos la marcha y al rato llegamos hasta el portón en donde estaba la camioneta. "Mauricio" estaba encerrado en la cabina.

--¡Se tardaron mucho! Fue lo primero que dijo y se me quedó viendo con expresión de enojo.
Ni Hilario ni yo le respondimos. Hilario cortó con las tenazas un eslabón de la cadena y abrió el portón y pasó la camioneta.

Yo me iba a subir a la Blazer con Hilario el vaquero, pero el tal "Mauricio" me gritó:
--Jesús, véngase acá conmigo, total andamos juntos en éste viaje. Véngase conmigo y sirve que usted me abre las puertas ahí en Cedro Viejo, ya ve que siempre hay muchos perros en ese rancho.
--Si "Mauricio", hay unos cuantos perros, pero no te preocupes, yo me bajo a abrir las puertas, le contesté.